Abrieron el nuevo barrio, pero aún no vive casi nadie. Él se mudó por obligación, pero toda su escalera está vacía, como la escalera de al lado. Le gusta llegar pronto a casa, antes de que anochezca. Apenas dos o tres balcones brillan en toda la calle y las farolas alumbran para nadie.
Está a punto de ir a dormir cuando llaman a la puerta. Se acerca despacio a la mirilla y observa fuera, pero no hay nadie. Por instinto cierra las luces, las últimas que brillaban ya en su calle. Y cuando su puerta revienta, también las farolas se oscurecen.
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