Remedios ya no aguantaba más. Había probado todo tipo de tratamientos y brebajes para que su marido dejara de roncar por las noches, pero no había nada que hacer: ninguno funcionó. Tampoco sirvieron de nada las indicaciones del otorrinolaringólogo y además, Remedios se resistía a costearse una operación de cirugía para su marido. Al final, se decidió por el método más manual y casero que conocía y un silencio sepulcral invadió su casa para siempre.
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