Cuando regresa de la cocina, la bandeja entre las manos en precario equilibrio, en el salón se oye un grito ahogado. No acelera el paso. Sortea el sofá y deja la bandeja sobre la mesita auxiliar. El tintineo de las tazas es apenas audible en el gorgoteo y crujir de huesos que emite el sofá.
Se sienta en el sillón, se sirve una taza de té, una cucharada de azúcar, un chorreoncito de leche. Sopla el líquido y bebe un sorbo. Quema.
Dos tazas de té después, el ruido cesa. El sofá se estremece y eructa.
—Y luego me preguntas por qué no invito a ninguna amiga a casa.
6 comentarios:
Ahora entiendo muchas cosas, sobre todo el porqué los escritores siempre andamos solos...
¿Te parece que andamos solos por culpa de los sofás? ¿Te parece que andamos solos? ¿Te parece que andamos?
Saludos. Sergio.
¿Andamos? Para nada, yo me muevo bastante poco a decir verdad... Y lo de estar solos es un lugar común, nada más. Me pareció cómico al momento de comentarlo, pero después lo pensé, lo pensé otra vez y una tercera ver lo pensé y me deprimí bastante.
Bueno, tampoco es para deprinirse tanto. Químicamente impuro no sólo se nutre de cuentos de sofás poco recomendables. Hay otros dos o tres ultracortos de sofás, lo admito, pero podría nombrarte 400 en los que prevalece el humor. ¿O estoy equivocado?
Sergio GvH
Para nada, pero publican tantos cuentos a diario que apenas puedo seguirles el ritmo.
Para mí, este sillón hace juego con uno mío que también anda por aquí. Me pregunto en qué mueblería estamos comprando, caramba.
Publicar un comentario