Cuando me conformo ya no digo nada más y es muy probable que alguien termine colocándome en el interior de una caja y más tarde adornándome con un moño hasta contemplar luego la cara de decepción del homenajeado que retira todo el embalaje y me encuentra ahí, en el fondo del encierro, pequeño y resignado, sin ganas ya de comer ni un pedazo de torta o de apagar velas.
Tomado del blog: Memorias del Dakota
Sobre el autor:
Alejandro Bentivoglio
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