Ese espejo le resultaba muy útil. Absorbía todo lo inservible, ya sea por deterioro o por desuso. Que un vestido viejo ocupaba espacio en el placard, pues bien: lo colocaba frente al espejo e inmediatamente desaparecía detrás de esa superficie enigmática. Que el amante de turno dejaba de cumplir con las expectativas, no hay problema: sólo basta sugerirle que se plante frente al espejo, él se encargará de borrarlo del mapa.
Hace ya tiempo que se deshizo de mí. Desde entonces la espero de este lado y planeo mi venganza. No ha de faltar mucho para que empiece a perder sus encantos.
Acerca del autor: Fernando Puga
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