Estás solo. La carpa es cóncava, tejida con crines amarillas sobre la piel de animales muertos. Observas la pista tapizada de espejos rotos. Cantan las lechuzas, los leones vomitan sangre y se avistan chacales aullando en la lejanía. Diluvian lágrimas de sal.
Tiemblas. Tranquilo, es normal que te preguntes si es un Circo. Una fogata de congojas arde en la pista. La grada oscurece. La única luz que retienen tus pupilas es la producida por el reflejo de tus ojos en esa pira. Silencio. No auscultas más sonido que el aleteo descompasado de miles de mariposas negras cercando la sospecha.
Los sueños se balancean en el trapecio y las pesadillas oscilan por el alambre. ¿Es un Circo? Mientras te interrogas, los caballos rugen, los osos reptan, los tigres braman. Una jauría de gatos brunos cruza la noche. Intentas huir pero tus pies trémulos caminan lastrados pisando grillos. El miedo te araña. El espacio se inunda, flotan peces globo y precipitan relojes de arena.
Miras a tu alrededor. No sabes donde estás, lo presientes pero te cuesta creer que el infierno sea así.
No llores, intenta serenarte. Algunas veces la realidad es voluble: puede que sea un Circo.
Tomado del blog Caleidoscopio
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