—Es tan importante borrar, señor Turisgin, como escribir animadamente.
—No me atormente. Mi condena era borrar, no escucharla usted, madame Glise. Le pido respetuosamente que se aparte porque ya he gastado parte del tiempo en extenderlo así lo borro mejor.
—Tiene razón, lo estoy acosando, así borra más despacio y puedo ver sus músculos más tiempo, Turisgin.
—Borrar estos hilos y con esta goma de borrar... le juro que no es lo más sexy que hice en mi vida.
—Siga borrando, pero recuerde: debe leer lo que borra. Estos hilos contienen, también, historias. Tal vez más adelante estén escritas las que le devuelvan la sensibilidad perdida.
Turisgin miró a Glise, miró su borrador, miró los hilos que tenía que borrar. Decidió cumplir su condena y siguió borrando hilos, finos como los de zurcir caracoles y otras pieles desnudas.
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Héctor Ranea
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