—¿Otra
vez borracho? ¡Maldito seas!
—¡Es
sábado!
—¡No
es excusa! ¿Qué dijo el Maestro?
—No
me acuerdo.
—¡Animal!
Te encarga una tarea de gran responsabilidad y la olvidaste por
completo.
—¿Qué
era? Ese vino sirio...
—Tenías
que ir de madrugada a la tumba que nos cedió José, esperar que el
Maestro dijera: “¡Lázaro, levántate y camina!” Y salir
envuelto en las vendas, oliendo a muerto.
—Pero
¡yo no soy Lázaro!
—Ya
te lo explicamos, imbécil: nadie se dará cuenta. Cuando vean salir
al muerto del sepulcro correrán como si hubieran sido sorprendidos
robando en la casa del prefecto. Luego podrás ir a emborracharte de nuevo.
—¿Cuánto
me pagarán?
—Quince
monedas de plata.
—Es
poco. Quiero treinta.
—Veinte.
—Veinticinco.
—De
acuerdo. Veinticinco. ¡Rápido que pronto amanecerá!
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