Era un vampiro que al sonreír le brillaban los colmillos de punta redonda. Cabello rojo, de rizo cerrado, ojos negros, orejas afiladas, piel albina y voz muda. Hundió la brocha en el cubo de pintura, y con calma, esparció sus bigotes gastados sobre la madera de su ataúd. Era un rosa chicle precioso a la luz de los diecisiete candiles que colgaban del techo de su habitación. La ventana tapiada era una sombra en la que difícilmente podría vislumbrar, colgado con chinchetas, una hermosa puesta de sol de Sentosa, una playa de Singapur. En su inmortalidad, al dormir los días, despierto, imaginaba el imposible de despertar, levantar la tapa y desayunar lejos de la oscuridad. Si cerraba los ojos, sentía pisar con sus pies fríos el calor de la arena del mar. Inmortal, soñaba vivir.
Tomado del blog: El país de la gominola
Acerca del autor: Daniel Diez Crespo
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