La epidemia de fiebre azul se extendía por el planeta a gran velocidad. Hacia noviembre de 2014 habían muerto cinco mil millones de personas y los sobrevivientes, que ignorábamos si nuestra resiliencia era producto del azar o de un período de incubación más largo, habíamos bajado los brazos. De cualquier manera, nadie se sorprendió cuando las grandes naves cúbicas, unos mamarrachos que desafiaban las reglas del diseño, descendieron en espacios abiertos de las grandes ciudades. Muchos habían predicho que la fiebre azul era un arma bacteriológica, pero la mayoría de los que se habían burlado de esa teoría estaban muertos. Los extraterrestres, unos seres achaparrados de seis extremidades e infinidad de verrugas y pústulas sobre el cuerpo, empezaron a recoger los cadáveres momificados.
“Han dejado la Tierra devastada”, pensé, “ahora la ocuparán”.
*No*, dijo una voz en mi cerebro, *somos empleados de una compañía de delicatessen de Tau Ceti*.
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Sergio Gaut vel Hartman
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