sábado, 16 de febrero de 2013
Sucesivos despertares equivocados – Sergio Gaut vel Hartman
Al despertar, el dinosaurio ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. Se volvió a dormir y soñó de nuevo. Esta vez era Hemigway y pretendía venderle unos zapatos de bebe sin usar a Boris Vian.
—Esto es patafísico —dijo el autor de La hierba roja—. No me apetece desayunar zapatos.
—Discúlpeme; usted me confunde con Monterroso —replicó Ernest ensartando al francés con un pez espada. De la boca de Boris salieron millones de mariposas que, al posarse sobre las narices del dinosaurio, le produjeron apnea y lo forzaron a despertar nuevamente, aunque la fortuna siguió siéndole esquiva, ya que cuando este fausto acontecimiento se produjo, Monterroso ya se había ido a la China de Mao para tomar clases de tango con el profesor Mieville.
Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman
Cuadriplejia – Héctor Ranea
Una piedra arrojada por una máquina de cortar plantas saltó a través de ventana y celosía, dándome en la nuca un golpe que destruyó casi todo a su paso, ya que salió por donde debería estar mi nuez y cortó mi comunicación con la parte baja del cuerpo. Me compuso el sistema un médico de Eggplant, pero desde entonces tengo algunas fallas debidas al cuerpo de huevo que me puso de intermediario el muy bestia.
En el
barrio me dicen Humpty Dumpty desde que tuve que salir al supermercado
el primer día. Lo más enojoso de esta situación es que no entiendo qué
gané, si al final así tampoco tengo extremidades y encima, para
movilizarme, tengo que rodar, lo que me causa un vértigo tal que termino
con vómitos espantosos.
Lo denunciaría al chabón, si no fuera porque me dijo que me ama.
Sobre el autor: Héctor Ranea
martes, 12 de febrero de 2013
El informe Condon – Sergio Gaut vel Hartman
—¿Entendí mal? —dijo la mujer sorprendida por el marido en la cama, junto a dos señores desnudos, pero con sendas corbatas anudadas a sus cuellos. Las corbatas la habían inducido a pensar que se trataba de funcionarios del gobierno—. Me dijiste que es nuestra obligación asegurar la perpetuación de la especie, ahora que los extraterrestres nos han invadido.
—Estos tipos son los extraterrestres, querida, y lo más probable es que estos lagartos repulsivos te hayan preñado.
—¿Lagartos? Yo veo señores con corbata.
—Los disfraces son excelentes.
—Si no fueras tan desconfiado —suspiró la mujer, desalentada—, y guardaras condones en el cajón de la mesita de noche, la Tierra se hubiera salvado.
Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman
El circo - Xavier Blanco
Y
castiga sin postre al gigante, que la mira embutido en su ridículo
disfraz de conejo y su cara de niño grande. Blancanieves se ha enfadado,
esta vez con razón, ella hace lo imposible por reflotar la compañía,
pero el ogro no entiende que es el hazmerreír del público, que sus
fauces desdentadas ya no asustan a nadie. Intenta explicarle que son
otros tiempos, que la grada quiere acción y necesita sangre. El gigantón
sonríe esquivo y, moviendo las orejas blancas del disfraz, le promete
que en la próxima función se comerá un niño. Ella disimula la risa y,
acariciándole la nuca, le da golosinas.
Sobre el autor: Xavier Blanco
Una mañana cualquiera - José Luis Velarde
Abre los ojos sin saber quién es.
Amodorrado gira el cuello en torno de la habitación inundada por el sol. Se levanta incierto y atisba entre los dedos temblorosos hasta descubrir una cortina gruesa junto a la ventana. La cierra y la penumbra le ofrece alivio.
Avanza hasta el baño sobre piernas inestables.
Bebe usando las manos como cuenco. Orina y entre los desechos el alcohol refrenda la resaca contumaz.
Aún es irreconocible.
En el subconsciente desfilan sus rostros.
Despierta al encontrar la imagen con la que más se identifica.
Enseguida, el espejo muestra el rostro verdadero.
El hombre retrocede confundido y cierra los ojos sin saber quién es.
Intenta dormir, pero la decepción avanza.
Acerca del autor: José Luis Velarde
viernes, 8 de febrero de 2013
Memoria de un recuerdo - Esteban Dublin
Tomado del blog: Los Cuentitos
Sobre el autor: Esteban Dublin
Cautiva - Diana Sánchez
La cintura se ajustó en el portaligas, prisionera.
Los pezones acobardados volvieron a erguirse, como la cobra al oír el sonido misterioso.
Agonizantes de sueños inconclusos, los ojos hicieron un último esfuerzo.
Se estremecieron las rodillas, musicales.
Y los dedos extendieron ilimitados una plegaria al crepúsculo sangrante.
El pelo despedazó la espalda en un latigazo rubio.
Atravesaron sutiles los pies, palomas de humo, todas las calles y todas las veredas.
El parque se perdía en el límite de las hojas. Entonces, ella se sentó a esperar.
Y un murmullo de violetas desnudas fue creciendo sobre la dudosa penumbra de la luna.
Acerca de la autora:
Meretriz soluciona el incidente Fausto - Alejandro Bentivoglio
El conjuro no resultó demasiado bien y el
demonio que apareció resultó ser un vecino que había pasado por ahí y vaya a
saber por qué había abierto la puerta. Por supuesto que se negó a prometer
riquezas y mucho menos el amor de una mujer. Apenas se dignó a sentirse
ultrajado por los desmedidos pedidos de Fausto que, luego de echar a patadas a
su malogrado invitado, tomó el teléfono para comprar por unas horas lo que se le
negaba a perpetuidad.
Tomado del blog: Memorias del Dakota
lunes, 4 de febrero de 2013
Todo por la Patria – Alejandro Bentivoglio
—¡A derramar sangre de gaucho que es lo que sobra! —exclamó Sarmiento, alborozado mientras observaba su retrato en una revista Billiken que conservaba celosamente.
—¡Le dije que no soy gaucho! —dijo El Llanero Solitario.
—¿No anda de acá por allá en el campo sin hacer nada especifico? —replicó Sarmiento.
—Bueno…
—Entonces, es gaucho. Me lo pasan a deguello —ordenó a un par de soldados.
El alumno ejemplar dejó de escuchar los gritos destemplados del yanqui invasor y volvió a su despacho donde un indio traidor y sospechosamente maquillado de blanco lo ayudó a seguir dibujando mapas de países cada vez más y más pequeños.
Acerca del autor:
El vendedor de lanzas y escudos - Han Fei Zi
En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
―Mis escudos son tan sólidos ―se jactaba―, que nada puede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
―¿Qué pasa si una de sus lanzas choca con uno de sus escudos? ―preguntó alguien.
El hombre no replicó.
Tomado de "121 fábulas chinas"
viernes, 25 de enero de 2013
El hombre que simulaba tocar la dulzaína - Han Fei Zi
Cuando el príncipe Xuan del Reino de Qi pedía un concierto de dulzaina, solía tener hasta trescientos músicos tocando al unísono. Por esto un letrado, llamado Nanguo, solicitó un lugar en la orquesta y el príncipe, tomándole simpatía, le asignó un sueldo más que suficiente para mantener a varios cientos de hombres.
Después de la muerte del príncipe Xuan, subió al trono el príncipe Min, a quien le gustaban los solos.
En vista de eso, el letrado huyó.
Tomado de "121 fábulas chinas"
lunes, 21 de enero de 2013
El hombre que temía a los fantasmas - Xun Zi
Al sur de Xiashou vivía un hombre llamado Juan Shuliang. Era tonto y extremadamente miedoso. Una vez que iba caminando por un camino con un hermoso claro de luna, vio al agachar la cabeza a su sombra ante él. Se imaginó que un espíritu maligno estaba tendido a sus pies. Al levantar los ojos, su mirada tropezó con dos mechones de su pelo y creyó que un demonio se encontraba a sus espaldas. Asustado, se dio vuelta y el resto del recorrido lo hizo retrocediendo. Al llegar a su casa cayó al suelo y murió.
Tomado de "121 fábulas chinas"
Marido Fénix - Carmen de la Rosa
Nunca muero en viernes. Espero a que mi mujer encienda la barbacoa en el jardín, el sábado a mediodía. Entonces me encierro en el invernadero y ardo. El domingo renazco de mis cenizas y salimos a pasear por el parque. En el vecindario ya murmuran sobre la afición de mi mujer por la carne a la brasa.
Tomado del blog: La Cazadora de Relatos
Sobre la autora: Carmen de la Rosa
sábado, 19 de enero de 2013
Pasajera - Gabriela Baby
Sobre la autora: Gabriela Baby
Gallina y huevo se llevan mal no sólo con la lógica – Héctor Ranea
Recitando la gallina va:
—En el huevo, la gallina; en la ubre la oficina; en el techo la aspirina; la tecla en el ojal.
Su sombra por la luz camina. Un farol da luz a varios bichos pero la vende cara: habrá sólo pocos bichos de luz, los demás, apenas imitarán a linternas intermitentes. Y la gallina torpe busca gusanos y pisa el huevo donde está, maldice al griego que mintió en Creta, se quita el bochorno de la bosta de la pluma bestial de su cabeza y descubre ¡ay! que es un incipiente gallo. Bochorno de corral.
—¡Qué lo parió —se la oye exclamar— ni en el sexo de los huevos se puede ya creer!
Y se va poniendo sus huevos hacia el poniente, como buena gallina zen, pero sin saber nada de nada, ni zen ni nada. ¡Mierda de gallina!
Acerca del autor:
Héctor Ranea
Una carrera exitosa – Sergio Gaut vel Hartman
Me contemplé al espejo durante un largo rato. —Soy hermoso —dije en voz alta—. Las mujeres están locas por mí. Debería aprovecharlo… No sé, ser estrella de cine, o algo así.
Mi reflejo guiñó el ojo.
—¡Claro que sí! —declaró—. Me voy a Hollywood a probar suerte. —Y se fue, nomás. Yo, que no tengo donde caerme muerto (y mucho menos plata para pagar un pasaje a los Estados Unidos), me conformo viéndolo aparecer en montones de películas junto a Angelina Jolie, Scarlett Johansson, Nicole Kidman, Jennifer Aniston y Cameron Diaz y otras diosas por el estilo.
Ilustración de Vicente Dopico-Lerner
tomada de http://www.collectionprivee.com/
Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman
Ese que no seré - Flor Marina Yánez
Ese que aún no soy me espera en la próxima esquina. Me susurra a lo
lejos promesas de éxito, me ofrece la miel de pieles desconocidas. Yo lo
ignoro, amarrándome al carro del presente y al final del día atisbo de
reojo hacia la vía del futuro, con la secreta esperanza de que el tedio
lo haya vencido. Pero él sigue ahí, agazapado, presto a abalanzarse
sobre mi más reciente afecto, a escupir sobre mi último verso, a
tenderle una zancadilla a mi siguiente paso. Repaso mis gestos de hoy,
uno a uno, e intento adelantarme a su definitiva ausencia… De pronto, lo
que queda del que he sido se subleva. Abro una brecha a media calle y
me sumerjo en mi trinchera. Lo dejo solo, tejiendo un monólogo de
historias que nunca llegarán a ser.
Sobre la autora: Flor Marina Yáñez
jueves, 17 de enero de 2013
Un beso para Zenón, el sabio – Héctor Ranea
Zenón tuvo un problema mayúsculo. Nunca pudo besar a nadie, porque para que sus labios tocaran los del otro, debían recorrer la mitad del camino primero y antes, la mitad de esa mitad y antes, la mitad de eso. Además, debían moverse y el movimiento era solo apariencia. Eso. Pudo besar durante un sueño tranquilo pero ─dicen─ fue el último, el que no se cuenta a nadie.
martes, 15 de enero de 2013
Una lata de sardinas - Sergio Gaut vel Hartman
—Escribiré una novela para narrar todo lo que ocurra a bordo. —Kruger giró la cabeza y dejó de prestar atención a las protestas de Rabuff.
—El viaje será largo. Te aburrirás antes de terminarla.
—No tengo otra cosa que hacer.
—Será muy largo. —Rabuff estiró el “muy” hasta hacerlo de goma.
—Escribiré una novela en varios tomos, como En busca del tiempo perdido de Proust o el Juan Cristóbal de Rolland.
—Me parece que la comparación te queda grande. Y por otra parte, ¿tendrás tema suficiente? Este lugar no parece demasiado inspirador. Estarás encerrado casi ochenta años. El Gerovital te mantendrá vivo, pero no cantará ni bailará para procurarte diversión. Yo tampoco.
—A veces pienso que fue un error poner a un androide como capitán de la primera nave interestelar de la humanidad. —Y se levantó para desconectarlo.
Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman
domingo, 13 de enero de 2013
La sospecha - Lie Zi
Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho –exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven –idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar –igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón.
Tomado de "121 fábulas chinas"
viernes, 11 de enero de 2013
La partida - Franz Kafka
Ordené
que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis
órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi
caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una
trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía
nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:
—¿Adónde
va el patrón?
—No
lo sé —le dije— simplemente...
Acerca del autor:
Dr. Jekyll and Ms. Hyde - David Moreno
—A la cola, como todo el mundo —me regañó en una ocasión poniendo su carita de buena—. ¿Le pongo bolsas? Son a un céntimo —me preguntó en otra—. Hoy tenemos de oferta las bandejas de calabacín —Y a mí que no me gustan, compré tres—. Serán cuarenta y cuatro euros caballero.
¡Me tiene loco! A veces olvido a propósito comprar algo de la lista para tener una excusa con la que volver. Siempre elijo su fila.
—Se olvida el pan —me advirtió esta mañana guiñándome el ojo.
Todo cambia al llegar a casa. Mi mujer deposita el uniforme en el cesto de la ropa sucia.
Tomado de MicroSeñales de Humo
Acerca del autor: David Moreno
miércoles, 9 de enero de 2013
La rubia – Héctor Ranea
Se colgó de mí, literalmente. ¿Cuántas veces había soñado yo con que esto sucediera? Ella, rubia, insolada por dentro por el alcohol, enamorada de quien pudiera sostenerla sin ensuciarse su mínimo corpiño de seda. Burguesa, limpia, perfumadita cachorrita de buenas personas, mediana edad, sin el zapato izquierdo, maquillaje deshilvanado, busto feraz. Se colgó de mí. Me dijo
—Llevame donde quieras, pero fuera de aquí.
Me hubiera encantado acceder a su pedido, la llevaría al mismísimo infierno, si no fuera que estábamos ahí y ella era la carcelera.
Sobre el autor: Héctor Ranea
Cleptómneme - Jaime Arturo Martínez
Como todo, el amor acaba. Se conocieron cuando ambos tenían veinte años, coincidieron en sueños, proyectos y descubrieron muchos intereses en común. Su relación duró quince años y parecía proyectada para toda la vida. No obstante, ella conoció a alguien más joven en su oficina y la relación, se desmoronó. Esta separación no sólo fue difícil para él en el campo afectivo; también, fue onerosa en el campo económico. Ella contrató un abogado y arrasó con todo. Bueno… casi. Le dejó los libros y una colección de cactus que a ella le pareció siempre árida, como su medio. Él volvió a su cuarto y a su vida de soltero. En su primer domingo en soledad, intentó encontrar el recuerdo de los mejores momentos compartidos y por mucho que buscó, no aparecieron. Buscó, entonces su hipocampo, en su cerebro…no lo encontró. Ella lo había vaciado.
El autor: Jaime Arturo Martínez Salgado
La muerte de Narciso – Oscar Wilde
Cuando Narciso murió, las flores del campo se entristecieron y suplicaron al río que les prestase gotas de agua para demostrar su duelo «¡Oh! ―contestó el río—. Si todas mis gotas de agua fuesen lágrimas, no tendría bastantes para llorar yo mismo a Narciso; hasta tal punto le amaba.» «Es natural ―dijeron las flores—. ¿Cómo no amar a Narciso que era tan bello?» «¡Ah! ¿Era muy bello, entonces?» preguntó el río. «¿Quién mejor que tú puede saberlo, ya que él reflejó en ti tantas veces su rostro, inclinándose sobre tus orillas para mirarse en tus aguas?» «Le amaba ―respondió el río— porque cuando se inclinaba sobre mi podía contemplar mi belleza reflejada en sus ojos»
Tomado de “Obras completas”, Tomo I, 1943.
Traducción de Julio Gómez de la Serna.
Acerca del autor:
Oscar Wilde
lunes, 7 de enero de 2013
Instrucciones post apocalípticas para corroborar la supervivencia – María del Pilar Jorge
Tome un cuchillo bien filoso y hágase un leve corte en el brazo. Si mana sangre y experimenta dolor es porque aún está vivo. Desinféctese la herida y véndese bien. Si persisten sus dudas, usando un encendedor, vela o fósforo encendidos, acérquelos al otro brazo. Deberá notar un agudo ardor. En ese caso, aplíquese una pomada para quemaduras.
Si todo lo anterior no lo ha convencido de que usted no es un zombi, vaya al galpón o donde se le ocurra guardar las herramientas y busque un serrucho, apóyelo en el cuello y mueva la herramienta con firmeza hasta que logre separar la cabeza del resto del cuerpo. Después de eso, finalizarán todas sus incertidumbres y demás conflictos existenciales.
Acerca del autor:
María del Pilar Jorge
El hombre que no vio a nadie - Lie Zi
Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo aprehendió le preguntó:
—¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
—Cuando tomé el oro —contestó—, no vi a nadie. No vi más que el oro.
Tomado de "121 fábulas chinas"
sábado, 5 de enero de 2013
En el ajedrez como en la vida – Sergio Gaut vel Hartman
Era un rey tan audaz que en la sexta jugada ya estaba a tres leguas de su palacio y en la décima se había internado tanto en el campo adversario que sus súbditos empezaron a temer por su vida. Sin embargo, él, temerario, siguió avanzando y alcanzó la octava línea cuando promediaba el medio juego. El problema empezó cuando los jueces le dijeron que para coronar tenía que someterse a una delicada intervención quirúrgica.
Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman
jueves, 3 de enero de 2013
El monstruo - Mario Cesar Lamique
El monstruo irrumpió en su casa, ella asustada quiso escapar , la perseguía por escaleras de escalones desparejos, estuvo a punto de atraparla en paisajes infantiles, se aferró a su pié derecho cuando huyó en dirección a sus mejores recuerdos, luego de forcejear, logró liberarse, pero las escaleras tienen un final ; nunca llegan a trascenderse; ella se quedó sin escalones ni salida, parada en la terraza mirando hacia todos lugares a los que no podría ir, el monstruo logró alcanzarla y con el tiempo se hicieron amigos, comenzaron a conocerse, luego, juntos ya relajados, ya sin perseguir ni ser perseguidos, la convivencia, se volvió de terror.
Sobre el autor: Mario Cesar Lamique
Amina - Anna Rossell Ibern
Un golpe brutal en la frente fue la primera sensación que supo distinguir del pánico absoluto que se había apoderado de ella hacía meses y embotaba por completo sus sentidos desde la sentencia. El intenso dolor de la pedrada le ...recorrió el cuerpo anclado, como una descarga eléctrica, con lacerante nitidez, hasta los pies. Se le nubló la vista y el apretado corro de hombres airados a su alrededor empezaba a desvanecerse cuando una lluvia interminable le acribilló la cabeza y la dejó sin rostro. Apenas oía los insultos. La niña, la niña, pensaba. Deseó no haber nacido, deseó no haber traído a la niña al mundo.
El gentío ya se había marchado y los primeros buitres planeaban.
Sobre la autora: Anna Rossell
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