jueves, 31 de marzo de 2011

¿Y qué? – María Pía Danielsen


Río mientras explota el calor en mi cara.
Aunque mis ojos no me ven, sé que el pecho y las mejillas están rojas. Las burbujas ya hicieron estragos por dentro: eliminaron cercos, surcos y atajos.
Aunque mis ojos no te ven, tus manos aprietan mi tronco y tu aliento juega en mi oreja.
Se retuercen entre mil ideas las palabras: ¡Sos tan especial! ¡Sos hermosa! -mientras los sabores de las cerezas borrachas se alojan en mi saliva.
Aunque mis ojos no te ven, sé que la humedad ya recorre la entrepierna.
Aunque mis ojos no me ven, sé que mis dedos son tus dedos disfrazados de nunca.
¿Y qué? Puedo recrear mil veces la despedida.


Locus ubi - Juan Pablo Cozzi


Mis talones de madera reverberan en las paredes macizas. El eco de mis pasos que llegan pasa junto al eco de mis pasos que se fueron. Mirando fijamente al atrio, cuya luz de intenso índigo señala fragmentos de estatuas doradas y subraya a Dios (o lo que es lo mismo, le pone suelo), busco un asiento apartado y siento la culpa de haber hecho ruido al arrastrarse el pesado ébano.
El chofer hace ademanes y la noche le devuelve muecas y bocinazos mudos. Llegaré a Cerrito y Corrientes a las once, espero estar sobrio para cuando ella se aparezca. Para estar a la altura de las circunstancias. Espero estar muerto, cuando ella se esfume, y el chofer apague el pucho entre sus piernas de humo.


Refutador de ciertas propiedades de los espejos - Sebastián Chilano


La realidad demuestra que los espejos no hablan. Que no ocultan universos. Que no son la puerta de entrada a ninguna parte. Y que no esconden monstruos que salen durante la noche para atemorizar a los durmientes. No hay nada excepcional en ellos. Lo único digno de mención, mágico, si se quiere decir, es que tienen la particularidad de envejecer a quién se atreva a mirarse en ellos. Basta hacer la prueba. Mirarse un día. Ese mismo día más tarde. Al día siguiente. Al mes. Al año. Si no existieran los espejos, probablemente el ser humano no envejecería. Y si lo hiciera, al menos no le importaría tanto.

Chorreada - Sergio Astorga


Manaba el cielo descorazonado y los destinos del vuelo ya no eran de platino. El tedio se embarraba de brea. La melancolía en majada buscaba enterrar su pico en otro nido y el timón del ala escrutaba descampar al tiempo en alta voz.
Es tremendo lo que se raspa en el mapa porque la cucharita de jarabe no alivia. Quince años estuvo esperando hacer lo que quería. Y hoy que es domingo, el seso de pájaro se le viene a la memoria y recuerda que es de altura su propósito.
En la puerta de la casa se despidió un día y el corazón de huevo en vela se quebró por siempre. Yo no sé cómo acomodar su trenza pluma o remendar la urgencia próxima. Yo sólo quiero pedirte si lo miras, que le digas que sigue chorreada su imagen en la pared provecta, esa donde estuvo clavado el clavo de su jaula.




Tomado del blog Antojos

Acerca del autor:
Sergio Astorga

martes, 29 de marzo de 2011

Qiangyan Wang - Daniel Frini


La nieta de Chi era hermosa. Se llamaba Redecilla Para Atrapar Miradas y cuentan que su pestañeo provocaba tifones en el mar de la China. Todos la amaron. Sólo un hombre fue capaz de estremecerla. Nadie la poseyó jamás. Los Contadores de Historias dicen que no murió. Cuentan que se esfumó en la nieve cierto invierno que se prolongó demasiado.

Sobre el autor: Daniel Frini

Imagen: Boats and Birds, de Amouse en deviantArt

La palabra ambigua – Héctor Ranea


El hortelano miró las plantas en flor y pensó que así estarían bien. Después labró la tierra para su sepultura y antes de que se pusiera el Sol vio que así debía ser. A la noche, asesinó a su mujer y su amante y usó el pozo labrado. Al día siguiente regó sus hortalizas y vio que todo estaba bien.

Sobre el Autor: Héctor Ranea

Imagen: Blessing, de Sesfitts en deviantArt

Ópera - Víctor Lorenzo Cinca


¿Voces arrebatadoras? ¿Sopranos cautivadoras? ¿Cantos conmovedores? Pues yo no creo que sea para tanto, susurra indignada al finalizar el primer acto mientras agita las escamas ocultas bajo el largo vestido.

Tomado de Realidades para Lelos

Sobre el Autor: Víctor Lorenzo Cinca

Imagen: Juliette, de Victoria Francisco en deviantArt

La poesía ya no me conmueve - Fabián Vique


Para seducir a la chica tu-pupila-es-azul, quiso escribir los versos más tristes esa noche. Pero no pudo, tenía demasiada confianza en sí mismo, estaba contento, una estúpida sonrisa chorreaba de su boca y de su pluma. Le salió un versículo patético, ridículamente esdrújulo, que la chica, por fortuna, ni siquiera llegó a leer porque esa noche salió con un economista.

Tomado de: http://minificciones.com.ar/

Imagen: Little Bird 8, de Sesfitts en deviantArt

domingo, 27 de marzo de 2011

En la húmeda selva - José A. García González


Aparecí, sin saber cómo ni por qué, en medio de esta jungla desconocida. Sin saber en qué parte del multiuniverso había caído.
Sólo.
Desprotegido.
Y con un tintero.
Pero sin papel al cual recurrir para dejar constancia de mi experiencia.
Sobreviví varios días. Aprendí a no comer bayas ni setas. A alejarme de las raíces azules y de todo lo que aparente ser un gato.
Cosa alguna descubrí que me ayudara a saber cuándo y dónde, tiempo y espacio de mi estadía.
Debo dejar de escribir. Aún hay tinta, si. Pero toda mi piel está cubierta de garabatos que el sudor vuelve indescifrables.

Tomado de: http://proyectoazucar.blogspot.com/

Talento natural - Oriana Pickmann


Practicaba para ser el fantasma más aterrador del lugar. Pero todo le salía mal y, en vez de susto, provocaba risas.
Al pronunciar el conocido “Buuuuuu...”, se le quebraba la voz como a un adolescente. Si quería arrastrar cadenas, se enredaba con ellas y, se escuchaban pequeños “Aish, aish... que me caigo”. También intentó mover las cosas en el aire, pero lo único que logró fue que el dueño le agradeciera por llevarle los platos sucios a la cocina.
Ya estaba más que harto de que lo único que obtuviera fueran carcajadas. Sus colegas del inframundo se burlaban de él y, por más que hiciera lo imposible, que se esforzara y tratara de mejorar en sus artes asustatorias, el fantasma de Tartalito, el payaso, nunca lograría cambiar su propósito en la vida... y, aparentemente, tampoco en la muerte.

Oriana Pickmann

Malus domestica – Sergio Gaut vel Hartman


Como es natural, las heroínas y los héroes de las microficciones sólo aceptan las reglas ad hoc de su propio universo. Los de esta en particular, por ejemplo (que no tiene nada de relevante), viven todos en la misma manzana. ¿Sus nombres? The Beatles; Fiona Apple; Eva y Adán; Blancanieves; Steve Jobs, Steve Wozniak y Ronald Gerald Wayne; Eris, Hera, Palas Atenea y Afrodita; Armando Manzanero, José Luis Manzano, Guillermo Tell y su hijo; Isaac Newton y otro centenar de vecinos que no mencionaré porque deben impuestos o no pagan las expensas comunes.

Sergio Gaut vel Hartman

La broma - Sebastian Chilano


Como músicos eran mediocres. Como compositores, limitados. Eran, ante todo, bromistas. Por eso el bajista electrificó las teclas del órgano, el baterista le cortó las uñas al guitarrista mientras dormía y el guitarrista, en venganza, metió un gato dormido en uno de los tambores de la batería. El recital fue un éxito. El tecladista nunca puso tanta energía en la interpretación como esa noche, el guitarrista, por primera vez en la historia, tocó la guitarra con los dientes durante dos horas y media, y durante todo ese tiempo, el baterista no perdió ni una sola vez el compás.

Sebastian Chilano

viernes, 25 de marzo de 2011

Metamorfosis - Raúl Sánchez Quiles


Esta noche he crecido 25 centímetros de golpe. Mi piel ha cambiado de color, brilla y se ha cubierto en parte de plumas. Mi pelo se ha encrespado y coloreado como la cola de un pavo real. Mis ojos crecen, destacan en un marco oscuro y pasan en un suspiro del marrón al amarillo. Han cambiado tanto que ya no parecen mis ojos. La boca, que también ha crecido en grosor y volumen, encierra unos dientes repentinamente blancos y brillantes. Mis uñas, ahora convertidas en algo parecido a unas garras, tienen tonos púrpura con matices negro obsidiana. Cualquiera diría que ahora soy un monstruo, si no fuera por el tanga y las plataformas rosadas.

Tomado de Hiperbreves, S.A.

Segundo sueño - Susana Arroyo-Furphy


Escuchaba ruidos, tenía miedo. Sentí la silenciosa cercanía de una mano que intentaba tapar mi boca. Desperté y no había nada. Me mantuve alerta un buen rato. Escuché ruidos, nuevamente. Entonces decidi despertar a Daniel. Nos levantamos. Advertí sus dedos, desesperados, zafarse de los míos, angustiados, cuando intentábamos abrir la puerta de la habitación de donde provenian los ruidos. Desperté. Quise gritar pues las pisadas se acercaban cada vez más, siniestras, a nuestra habitación; pero mis gritos ahogados no lograron mover el cuerpo dormido y pesado de Daniel para que se percatara del inminente peligro, él no despertaba. Noté los pasos ahora tan cerca que me estremecí presa del miedo. Entrecerré los ojos y distinguí a través de mis pestañas la mano que se acercaba ansiosa a tapar mi cara. Sabía que me mataría. Desperté.

Collarcitos en construcción - Raúl Castro


Fideos, porotos, monedas perforadas, arandelas, huesitos de pescado, huesitos del oído interno, perlas cultivadas, eslabones de platino, cuentas de cerámica, cuentas de madera, cuentas de ahorro, cuentas corrientes, cuentas en dólares, en pesos, en maravedíes, en almíbar, en salsa de guayaba, en salsa blanca, en su tinta, a la provenzal, a la criolla, a la pipeta, a la marosca, hay rosca, hay bifes, hay pasta, fideos. (Y vuelta a empezar.)

Demasiada generosidad - Fabián Viqué


Puse la flor que me regaló en un libro suyo. Olvidé el libro que me regaló en su biblioteca. Guardé la biblioteca que me regaló en su yate. Atraqué el yate que me regaló en su isla. A la isla que me regaló le encontré su lugar en el mundo. Elegí una galaxia y allí situé el mundo que me regaló. Dispuse la galaxia que me regaló en una curva del universo. Con mucho cuidado coloqué el universo que me regaló en el cáliz de una flor. La flor que me regaló se marchitó.

Tomado de: http://nalocos.blogspot.com/

miércoles, 23 de marzo de 2011

Buena puntería - Luisa Hurtado González


El primero en caer fue el conejo azul. Unos segundos después, la víctima era el pato. Más tarde, vi caer con horror al cerdo, mi compañero y amigo. El siguiente era yo.
Aterrorizado busqué al culpable de la masacre: estaba sólo a un par de metros y sonreía.
Oí el disparo que tenía mi nombre pero… permanecí en el sitio. ¡El asesino había fallado!
Cuando el mecanismo que me mueve me devolvió a la calle, lo vi por última vez en mi vida. Llevaba en los brazos uno de los premios que se entregan a aquellos que tienen buena puntería. Llevaba en los brazos a la muñeca Chochona, mi novia.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor
http://microrrelatosalpormayor.blogspot.com/

Tragos y nostalgia – Héctor Ranea



Uncle Jones estaba sentado al estaño del único bar de Union City. Salvo el barman, estaba solo y tomaba con lentitud pasmosa el Bourbon doble que éste le había servido hacía una hora.
—¿Qué pasa Uncle Jones? —curioseó Jamie.
El tío lo miró levantando los ojos y la cabeza con lentitud de morsa durante la siesta
—La muerte me convirtió en un colador para el licor. La única manera en que puedo saborearlo es aspirándolo.
El muñeco del barman siguió tan callado como siempre y la miniatura del bar en la vidriera de la Wells Fargo empezó a empañarse.



Héctor Ranea

Aguada - Olga Appiani de Linares


Hay un cierto desgano en esta lluvia / que cae como quien hace a disgusto / su trabajo... / A pesar de todo / se abre el verde a su conjuro. / Parece como si el gris de arriba destiñera / sobre el otro, impasible, del cemento. / Con indiferencia adolescente / dos pájaros destrenzan su romance / sobre la aridez de las antenas, / sobre los techos solos... / Sus alas destellan contra el cielo / como una luz oscura... / En tanto, el trueno se derrumba / con estrépito de murga / aplastando el vacío de la calle. / Una ordenada procesión de jaulas / eleva su horizontal ausencia / (No veo las miradas que, acaso, / tras otros vidrios / las mías me regresan). / Cae el granizo implacable / de las horas. / A Buenos Aires / también lo empapa / la tristeza... /


Tomado del blog de Olga Appiani de Linares
http://olgalinares.blogspot.com/


Olga Appiani de Linares

Se acabó la ilusión - Luisa Hurtado González


Desde que tengo turno de noche no coincidimos en casa. Hace años que no nos vemos, pero nunca me preocupé por nuestra relación. Nos hemos comunicado siempre: mensajes, cartas, regalos, sorpresas. Recuerdo haber seguido un rastro de papelitos por la casa y meterme en la cama solo, pero feliz. Me acuerdo de nuestras peleas, de nuestras reconciliaciones y también, del modo en que ella ha luchado siempre para que no cayésemos en la rutina.
Sin embargo, desde hace un tiempo, sus notas son informativas, telegráficas, sosas, frías y lo que es peor, están escritas siempre con la misma letra.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

lunes, 21 de marzo de 2011

Tratado acerca de cómo levantar minas (o explicación sobre la superabundancia de los Pérez) - Daniel Frini


―Una palabra ―me dijo el gordo.
—Dale, decímela, no seas así.
―Decís la palabra y las turras se mean por vos.
—¿Denserio?
―Posta. Es un secreto que se trasmite de padre a hijo. A mí me la enseñó mi papá cuando cumplí los nueve. Por eso los Pérez somos muchos. No necesitamos levantar minas. Yo veo una mina que me gusta, me le acerco y le digo al oído la palabra; y ya está.
—¿A si? ¿Y porqué tu tío Pedro es soltero?
―Porque quiso. Además no hacía falta. Ya te dije que somos muchos Pérez.

Sobre el autor: Daniel Frini

Parábola urbana I - Julián L. Moreno


Son dos. Uno, el gordo, nerviosamente intenta maniobrar. El otro, el Paraguayo, unos 30 años, está expectante; mira, inquieto, como esperando ver algo, todavía no sabemos bien qué. Cuando se detienen, tardan en acelerar… parecen en otro lado, como si algo fuera a pasar. Al llegar, el Paraguayo saca una pistola. Dispara. El gordo se baja del auto, y saca una pistola también. En un momento, algo parece haber cambiado… cambian la expresión. Cuando se dan cuenta, el Paraguayo se baja, y empiezan a correr. Atrás, un cuerpo, tendido. Quince de las balas dieron en la pared.

Ilogismo V - Débora Schvartz


Cuando se dio cuenta que tenía que saludar siempre a las mismas personas forzando los temas de conversación porque ya nadie tenía nada nuevo que contar. Y, además, notó que podía anticiparse a los pensamientos ajenos mientras comían lo mismo de todos los días, comprado en el mismo supermercado, generalmente a las mismas horas. Y para peor, cuando esa pobre criatura cayó en la cuenta de que se tomaba siempre el mismo colectivo, recorría siempre la misma ruta, iba a los mismos lugares, bebía de lo mismo, y hasta se compraba la ropa en la misma tienda… fue demasiado tarde. Ya le había vendido el alma a la rutina… ¡¿qué diablos ni diablos?! Ni siquiera Lucifer es capaz se semejante bodrio.

sábado, 19 de marzo de 2011

El jefe - David Moreno


Se sabe insignificante cuando observa el cielo estrellado, diminuto cuando navega por el ancho mar, minúsculo cuando hace senderismo por las cumbres pirenaicas. Tan pequeño y sin embargo, al atravesar la puerta de su oficina, la sombra que proyecta sobre sus empleados es inmensamente aterradora.


Tomado de http://nocomentsno.blogspot.com/

Claustrofobia - Luisa Hurtado González


Pronto descubrió que sólo podría vivir aquí y ahora, que sólo existía el presente muriéndose a cada instante, que nada le producía más angustia que el paso de los segundos cerrados, herméticos e iguales.
Quizás por eso eligió ser escritor, para poder vivir varias vidas en sólo una.


Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

Experimento número 16 - Luisa Hurtado González


Dios volvió a contemplar su obra. Tenía defectos, eso no podía negarlo.
Abrió la base de datos correspondiente y escribió: Experimento número 16. Ensayo fallido. Archivado de forma definitiva en el planeta Tierra.

Tomado de Microrrelatos al por mayor

jueves, 17 de marzo de 2011

Correspondencia interplanetaria – Sergio Gaut vel Hartman


La consigna era: "escríbele una carta a tu amiguito de otro planeta". Miguelito escribió en su cuaderno de clase:
“Marte es un planeta muy grande, más que la Tierra. Siempre me pregunto, che, ¿habrá vida en Marte? Suponiendo que haya, ¡qué lindo sería tener un amigo marciano, pasear con él por los canales y meterse en los cráteres de piedra roja! Marciano, ¿te gustaría ser mi amigo".
La respuesta le llegó vía e-mail:
—Uhuju, como llamamos a Marte, es más pequeño que tu podrido planeta, terrano ignorante. Mide 6775 Km, pero eso no impide que seamos más que ustedes en todo; más inteligentes, más agresivos. Y sí, hay vida. Los uhujunus somos sus propietarios y si los inmundos uhudelis de Uhudel, tu gente, se atreven a invadirnos los correremos a patadas en eso que ustedes llaman culo y nosotros no tenemos. Tu enemigo uhujunu: Uhnki.

La familia a cargo – Héctor Ranea


Obdulio vende las entradas, pasa el trapo por el piso, lustra las cabezas de los ángeles en talla de madera. Orestes revisa las lámparas de la sala y los pasillos, pasa la aspiradora por los asientos. Octavio limpia los apliques de tela de las paredes, pule los vivos dorados, barre el escenario, mantiene tensa la pantalla del fondo, golpea el telón con un martillo para librarlo de polvo y nidos de pájaros. Olga imprime los programas, revisa horarios, hace trámites en bancos, cobra los avisos. Oliverio limpia las mesitas del bar, lava los vasos. Octavio toma los billetes a la entrada y acomoda a los ancianos en sus filas. Olivia cambia las toallas en los baños, lava los retretes femeninos. Omar, entre otras cosas, hace lo propio con los masculinos. Ofelia tiene a su cargo la tarea más difícil: con una raqueta pequeña echa a los murciélagos del cine.

Sueño 2 - Antonio Cruz


Desesperado, corro por andenes, trepo escaleras, huyo por calles desiertas. Los pasos de mis perseguidores resuenan cada vez más cerca. Cuando me dan alcance comienza la golpiza. Me despierto temblando de pánico. Sé que debo seguir huyendo. Me preparo con rapidez y salgo sin dar demasiadas explicaciones al conserje. La noche me engulle mientras en algún lugar ellos continúan buscándome.

Antonio Cruz 

El fuego - Vladimir Koultyguin


La sombra de fuego entra en su casa y el hombre la sigue, de verdad, es él quien le sigue, pero ninguno de los dos puede averiguarlo, es imposible seguir los movimientos del fuego, y menos aún si es una sombra. La casa está vacía y llena del frío invernal, que todavía no se ha ido, por eso el fuego mismo duerme debajo de una piedra-altar, no muy lejos de allí; todos conocen el lugar, aunque nadie sabe que aquí, exactamente aquí, hay un escondite. Nadie sospecha siquiera, cuando pisa el eslabón de piedra tallada, que es el fuego quien duerme en este lugar, y sueña con su propia sombra que huye de una persona, un hombre mayor que la persigue sin saberlo. Es una pesadilla muy pesada, dado el peso de la piedra y la densidad del aire, soportado en las rejas metálicas del agua. No hay ninguna persona alrededor, solo hay humo de lejanas fábricas.

Juan 6. 16-21 bis - Víctor Lorenzo Cinca


Manteniendo a duras penas el equilibrio sobre la inestable barca azotada por las olas, todavía aturdidos por la multiplicación de los panes y los peces que acababan de presenciar, los discípulos vieron cómo alguien se acercaba hacia ellos, caminando con decisión sobre las aguas del lago. Se asustaron, pues creyeron que se trataba de un fantasma, pero enseguida el Maestro los calmó diciendo: Soy yo, no temáis. Y viendo que respiraban aliviados, se dispuso a subir a la pequeña embarcación.
Lo milagroso de la historia —aunque esto ya no lo cuentan las escrituras para no desvirtuar al protagonista— fue que los discípulos pudieran rescatar a tiempo al Maestro mientras, salpicando astillas, se hundía entre las tablas de madera de la cubierta.

Víctor Lorenzo Cinca 

Cultivarse - Alejandro Bentivoglio


Mi paranoia crece y yo la voy regando todos los días para que esté robusta, para que sea fuerte y resista los embates de la realidad. Incluso cuando duermo, me concentro en pesadillas que transcurren en interminables laberintos donde soy perseguido y donde intento correr pero no puedo hacerlo. Para lograr esto solo debo tener la precaución de atarme las piernas con las sábanas al ir a acostarme y santo remedio.

Alejandro Bentivoglio

martes, 15 de marzo de 2011

Llegó una noche – Héctor Ranea


Y llegó esa primera noche. Temblando, se acercó a ella despacio, más por miedo real que por tratar de no ser brutal. Ella era casi invisible en esa luz, pero se la podía adivinar esperándolo con sus ojos abiertos hacia él, como siempre. Esta decisión, este viaje en nave había salvado tantos años de timidez, de indecisiones. Al fin estaban libres de todas las miradas.
La luz de la Luna la mostró tan desnuda como estaba él, tan serena que contrastaba con su propia agitación. En su desasosiego notó, sin embargo, la primera reacción en años que no seguía su entusiasmo.
Preguntó con la mirada y por toda respuesta hubo un momento de hesitación, un pequeño freno en los brazos, un lapso diferente en el movimiento de los labios.
Desesperado encendió la luz pero sólo para ver cómo su imagen en el espejo huía para siempre dejándolo vacío y solo.

Héctor Ranea

La nueva inteligencia - Javier López


La verdad sea dicha: lo veía venir. Poco a poco ellos han ido tomado el control. Su capacidad de cálculo, de procesamiento certero de la realidad, sus habilidades tecnológicas, sus mecánicas perfectas y su falta de sentimientos, no podían desembocar en otra cosa.
Ahora ya olvidaron que fuimos nosotros quienes los construimos. La inteligencia artificial ha evolucionado de tal modo que los robots han acabado por tildarnos de idiotas.
Ya no nos dejan manejar computadoras, acercarnos a los laboratorios, intervenir en los viajes espaciales, en la fisión nuclear o en cualquier tipo de proceso tecnológico, biológico o químico de complejidad. Ellos han acaparado todas esas actividades y decisiones.
Eso sí, nunca han querido meterse en política, y esa faceta sigue siendo específicamente humana. Me pregunto si será, precisamente, porque nos consideran unos estúpidos.

Javier López

Humanidad - Claudia Sánchez


Podía sentir el mundo verdadero tras la verja. La otra dimensión cobraba vida en la punta de sus dedos. A través del roce de la lengua de una mariposa, descubrió que allí había más colores, olores y sabores de los que le fue permitido conocer. Había mucho más. Y la vibración del agua al soplar el viento, le susurraba esa verdad tan estremecedoramente, que le hacía desabrocharse el cuello de su blusa. No lo dudó más. Su pensamiento miró profundamente a los ojos de obsidiana rogándoles que cumplieran su sueño.
Y así fue como encontraron a Evelyn una noche de luna, agarrada a la verja del estanque que separaba su casa del camino, las ropas deshechas y en el rostro, el mismo gesto de felicidad del idiota del bosque.

Claudia Sánchez

domingo, 13 de marzo de 2011

La reina de la noche - Paloma Hidalgo



Envuelta en su crisálida se sentía protegida, no había tormenta que la mojase ni sol de mediodía que estropeara su piel. Se acostumbró a ver el mundo tras el brillo lechoso de su cárcel de seda; un buen día el reloj biológico marcó la hora de  salir, el mundo de colores y sensaciones que ante ella aparecía le daba tanto miedo que no pudo abrir sus alas. Llegó la noche, el terciopelo de su oscuridad la atraía. Y se dio cuenta de que era una polilla en el cuerpo de una mariposa. La reina de la noche espera ilusionada que un entomólogo encuentre la solución a su problema.

Paloma Hidalgo

Una vieja amistad - Luisa Hurtado González


-Es la princesa que habita tus sueños la que ahora te habla.
Y frente al espejo, la mujer ahoga un grito llevándose la mano a los labios.
-¿Te acuerdas?
Sí, claro. Es su amiga invisible, la que había desaparecido cuando creyó enamorarse del hombre que ya empieza a aporrear la puerta.
-¿Se puede saber qué haces?
La mujer, asustada, teme que él entre en el pequeño baño y logre, como ya hizo antes, que todos sus sueños desaparezcan.
-No temas, él nunca podrá verme.
Antes de abrir la puerta la mujer mira de nuevo hacia el espejo, dibuja una sonrisa infantil en el rostro y añade, justo al final, una mirada delirante que tiñe a la imagen de espanto y hace que la joven ahogue, también ella, un grito.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

Ecos - Jesús Ademir Morales Rojas


Cuando K golpeaba el portón del Castillo para que lo dejaran entrar, siempre escuchaba que abrían, sí, pero la puerta posterior. Cuando iba hacía allí, la encontraba cerrada. Pensó entonces cambiar de estrategia y llamar primero a esa puerta accesoria. Pero era ahora la principal la que se abría. Entonces K, desesperado, se arriesgó a tocar una de las puertas y correr lo más rápido posible a la otra, tocar allí y regresar de nuevo hasta lograr su objetivo. Tanto lo intentó y tan fútilmente, que en uno de esos recorridos cayó al suelo, rendido. Entonces, escuchó como alguien con su voz agradecía en la puerta en donde no estaba, y pasaba dentro del Castillo. Estupefacto, se arrastró hacía allí. No había nadie.


Tras bambalinas – Héctor Ranea


—¡Hagamos la luz! —grité, pero no pasó nada.
—¡Hagan la luz! —. Vuelta a no tener respuesta.
—¡Vagos de morondanga, hagan algo, la luz o algo! —. Silencio por toda respuesta.
—¿Voy a tener que hacer la luz yo, ...acaso? —pregunto sin tener respuesta. Además, aunque no les veo la cara en la oscuridad, adivino sus risas. ¡Vagos!
—¿Quién carajo va a hacer la luz, me pueden decir? —. Otra vez, puro silencio.
—Bueno ¡basta! ¡Me cansé! ¡Que se haga la luz! —y la luz, única voluntariosa, se hizo a sí misma. Al principio no fue sencillo, primero tuvo que construir una perturbación acá, otra más allá, modelar una inflación, imaginar algunas cosas y desprenderse de algo de vacío para que hubiera todo. Fue arduo para ella sola, pero los otros vagos no hicieron ni mierda. Eso sí, a la hora de repartirse dividendos son los primeros. ¡Ángeles!

Batalla racial - Víctor Lorenzo Cinca



A pesar de la dureza del ataque y la inferioridad numérica de sus tropas, el rey conseguía resistir el asedio sin arrojar la toalla. No se doblegó cuando la caballería y la infantería resultaron aniquiladas casi al completo, víctimas de una calculada maniobra ofensiva rival. Ni cuando las torres de la muralla se desmoronaron dejando un flanco abierto que permitía la entrada enemiga. Aun así, con el ejército mermado, hicieron lo imposible para defenderse. Pero cuando llegó el mensajero anunciando que habían asesinado a la reina en una emboscada, calculó las escasas posibilidades de vencer sin la ayuda de su esposa y se rindió. Cayó al suelo y las blancas ganaron.


Tomado de Realidades para Lelos

El Puzzle - Luisa Hurtado González



Todos me recordaban a Juan. Las manos de Enrique, la picardía de los ojos de Andrés, los chistes de Santiago, el modo de andar de Pepe, la medio sonrisa en la cara de Paco, los silencios de Víctor en medio de una frase, la inclinación de la cabeza de Eduardo cuando encendía un cigarro, el pelo siempre revuelto de Javier, las miradas poco disimuladas de Sancho hacia mis piernas, sí, ésas también eran de Juan, el guiño travieso de Abel después de la broma, el modo en que Fernando me cedía la silla, los sesudos discursos de Pedro, la conversación intrascendente de Jorge, la forma en que Alfonso abrazaba mi cintura para bailar juntos,... Estando con todos ellos, he estado con él y he disfrutado de todos sus encantos, de uno en uno. ¿Qué ha habido de malo en mi modo de actuar? ¿Qué es lo que tanto daño le ha hecho en mi comportamiento? ¿Por qué él no ha podido reconocerse, como yo lo hacía, en todos ellos?

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

sábado, 12 de marzo de 2011

Reconstrucción – Héctor Ranea


Encontré el limpiador que buscaba. Froté todo lo de vidrio antes de que llegara Eugenia. Todas las mujeres del barrio me aplaudieron por la limpieza. Esa noche, aunque bajó mucho la temperatura en casa, no pasamos frío con todo lo que hicimos en la cama.
A la mañana siguiente, ella me miró extrañada y dijo algo sobre los vidrios.
—Están demasiado transparentes.
No le di importancia. Me puse el casco para ir en moto a trabajar; me dijo:
—Está sucio.
Entonces le pasé el limpiador de vidrios, al cabo de lo cual volvió a repetirme:
—Está demasiado transparente.
Salí raudo. A mitad de camino un mosquito se estrelló en mi ojo, lo que hizo salirme del camino, estrellarme contra un árbol. Mientras me llevaban en ambulancia, el mosquito me dijo:
—¿Por qué tu casco no tenía vidrio?
Ahí caí en la cuenta.

Héctor Ranea

El destino es mutante – Sergio Gaut vel Hartman


Otto Schickelgruber, el hijo de Hitler, quería ser pintor como el padre, pero el arte no se le daba. Un día, paseando por la rambla de Mar del Plata, se dijo: “Seré director de cine como mi madre, la gran Leni Riefenstahl”. Se mudó a Hollywood y luego de realizar las tareas más humillantes y despreciables para ser considerado por los hermanos Warner, consiguió dinero suficiente y logró filmar un musical con Gene Kelly, que había perdido las dos piernas en Corea y por entonces zapateaba con las manos. La película se llamó El triunfo de la voluntad y ganó ocho Oscars.

Sergio Gaut vel Hartman

Rutina – Alejandro Domínguez


Lo había hecho unas quinientas cincuenta o quinientas sesenta veces pero ya no lo disfrutaba. Él era la sensación, nadie recibía más aplausos. Al principio era puro placer, pura emoción; la adrenalina escurría por todo el cuerpo. Ahora sólo era rutina estar parado ahí esperando el estruendo; luego el impacto. 
Ésta sería la última vez, estaba decidido. Se colocó en su marca. La gente estaba de pie; nadie quería perderse ese momento. Tres, dos, uno… El disparo del cañón impacto directamente en su abdomen, él permaneció inmóvil.

Compulsión - Silvia D'Imperio


Empezaba de un modo silencioso, apenas un cosquilleo en el cuello, menos que un soplo. O un mechón de pelo que se salía de lugar.
Lo percibía, y estaba perdida. Su caminar se hacía desparejo, el corazón se aceleraba un poco. Se detenía a mirar por el rabillo del ojo, a espiar, como si alguien la estuviera siguiendo. O mejor dicho, para asegurarse que nadie conocido la observaba.
Entraba a una tienda, así, vigilando. Sacaba de las perchas una o dos cosas, siempre que nadie se acercara a atenderla: tenía que ser a solas. A escondidas.
Casi nunca probaba nada.
Pagaba y salía apuradísima.
Volvía corriendo a su casa a guardar todo para que nadie lo viera…
Y así gastó montañas de pesos, para tapar un agujero vergonzoso que, de todos modos, seguía torturándola con su presencia.

miércoles, 9 de marzo de 2011

San Martín - Luisa Hurtado González


Deshacerse de un cadáver no es fácil, se dijo. Quizás por eso él prefirió las palizas y las amenazas.
Ahora que su marido yacía inerte en mitad de la cocina comprendía el problema al que se enfrentaba.
Estuvo a punto de dejarse aplastar por los gritos de años que aún retumbaban en su mente, cuando vio la sangre que empezaba a fluir por uno de sus oídos. Tenía que actuar rápido.
Recordó entonces a Maruja, su vecina del quinto interior, ella había participado en alguna que otra matanza, ella sabría como descuartizar a un cerdo.


Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

Arsénico y nueces – Pablo Matteuci


Fue por casualidad que Felisa Antúnez se enteró de que el arsénico tenía un sabor y un aroma parecidos a las nueces. Los años de violencia sufridos al lado de un marido desmedidamente golpeador, encontraron en ese instante el cauce, la salida que creyó más conveniente.
Su plan se redujo, entonces, a dos pasos: el primero, tal vez el más difícil, conseguir el arsénico; el segundo, prepararle a su marido una rica “torta de nueces”.

El juicio final - Jorge Sánchez Quintero



El día del juicio final llegó a la Tierra.
Como estaba escrito, los muertos resucitaron y junto con ellos sus viejas rencillas y odios.
Los viejos enemigos se vieron cara a cara nuevamente y los vivos tomaron partido por uno o por otro.
Pronto se reinició una encarnizada batalla de todos contra todos.
Ya no fueron necesarias las plagas restantes para acabar con la humanidad.

Hambre – Jesús Esnaola Moraza


Para que no se enteren de que me he marchado he sido muy cuidadoso. Repaso mis movimientos. He recogido los jarrones con las flores que se habían ido al suelo, incluso el tiesto con geranios que, seguro, trajo la abuela Modesta, siempre tan generosa. He limpiado de polvo los marcos de las fotos del abuelo Paco y la tía Matilde, con la manga de la chaqueta. Me he dado cuenta de que había dejado la lápida un poco desplazada y la he empujado para que encajara. Perfecto. Lo malo es que este apetito de carne fresca con que he despertado no me va a ayudar a pasar desapercibido.

lunes, 7 de marzo de 2011

El precio de la independencia – Sergio Gaut vel Hartman


Cuando se pusieron de moda los cochecitos de bebé autopropulsados, nadie imaginó que se produciría una revolución en las costumbres como la de los sesentas del siglo veinte, cuando se modificaron la sexualidad, los gustos musicales y la ropa. La idea original había sido facilitar la socialización de los pequeños y fomentar su independencia. Pero en cuanto los guachitos le tomaron el gusto al asunto ya no hubo forma de pararlos. Desde entonces, tanto puede tocarte ser la madre de un bantú de cabello rizado, de una criatura de ojos rasgados o de un nórdico de las costas del ámbar. Los registros civiles comenzaron a usar siglas para identificar a los recién nacidos y la policía reprimió manifestaciones de conservadores ultramontanos que pretendían que las cosas volvieran a ser como en los viejos tiempos. Los infantes, encantados; nadie le niega un dulce o un helado a su nuevo hijo.