Colocó su corazón en una rústica caja de madera.
Ella lo miraba a través de ojos acuosos.
Inexorablemente repetía la ceremonia convertida en culto: si labios húmedos presionaban el órgano vital sacudiéndole las púas, retornaba al exilio.
Lo habían mordido una vez y nunca más se repetiría tamaña afrenta.
En la caja de madera con tapizado de cilicio languidecía el corazón indemne a todo dolor. Excepto al del propio desamor.
Tomado de: http://elhuecodetrasdelaspalabras.blogspot.com/
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