sábado, 26 de febrero de 2011

Vengo a pedir la mano de Valeria - Daniel Frini


―Ejem —carraspeó Julián―. Don Esteban, vengo a pedir la mano de su hija.
—¿Cuál?
―Valeria, Don Esteban.
—No. Pregunto cuál mano ¿La izquierda o la derecha?
―¿Qué diferencia hay?
—Valeria es zurda. La izquierda es un poco más fibrosa, menos tierna.
―Entonces, deme la derecha.
—Ta bien ¿Tiene en qué llevarla?
―Traje la bolsa de los mandados.
—No. Va a dejar un reguero de sangre. No se haga problema. Se la pongo en una bolsita de nailon, con hielo ¿Algo más?
―No, gracias.
—¿Probó el muslo de mi otra hija, la Jimena? Nada de grasa.
―No, está bien así. Sólo quiero la mano para un caldito…
—¿Y la pechuga de la patrona? Algo dura, pero abundante.
―Así está bien ¿Cuánto es?
—Espere que la corto y se la peso. Ta barata. Cincuenta el kilo. Y la próxima vez llámeme y se la mando. Ahora tenemos delivery.

Sobre el autor: Daniel Frini

Proposición – Sebastián Chilano

Ella, después de mucho renegar, desenchufó la heladera y con un cuchillo removió una capa de hielo que convertía al congelador en una réplica en miniatura de la Antártida, donde, además, tres milanesascongeladas emulaban las instalaciones de la base Marambio.
Él se agachó debajo de la cocina para arreglar la pileta. No sabía nada de plomería, pero era voluntarioso. Y menos sabía de matrimonio, pero al ver a su mujer removiendo el hielo, tuvo un impulso que no pudo reprimir.
Ella dejó de golpear y lo miró. No lo insultó porque sabía que hablaba en serio. En cambio, lloró. Y no de emoción. ¿Cómo se le ocurría proponérselo tirado en el piso de la cocina, con las manos engrasadas, sin remera y tratando de arreglar la pileta?, se quejó ella. ¿Y por qué no? Preguntó él. Sos un animal, gritó ella. Y entonces él se ofendió.

viernes, 25 de febrero de 2011

El plantón - Luisa Hurtado González


Estaba enfadada con él. Más de cincuenta años juntos, toda una vida, pero… ¿por qué no volvía ahora con ella?, ¿quién le impedía resucitar?, ¿quién se creía que era la muerte ésa?


Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

La búsqueda - Javier López


Me llamo Otto Braccio, y mi historia no es la de un hombre corriente.
He vivido entregado a los demás, siempre allá donde alguien necesitara el consuelo de otro ser humano. No evité hambrunas, guerras y calamidades, si con eso lograba paliar el sufrimiento ajeno y tender una mano a la esperanza.
También he vivido como un hombre normal. He sido tabernero, recaudador, agricultor, empresario, ingeniero, taxista, oficinista, y tantas otras profesiones que resultaría demasiado prolijo enumerarlas todas.
Y también, lo confieso, he sido un hombre malo: usurero, ladrón, mercenario y pecador.
Quizá ahora ustedes me juzgarán sólo por esto último. Ya no valdrán mis méritos.
Y estará bien, no les reprocho. Pero compréndanme: soy inmortal. Y pocos pueden, como yo, llegar al fondo del conocimiento de la naturaleza humana. Sólo he tratado de hacer eso, y voy a seguir haciéndolo. Lo aceptaré, si acabo ardiendo en el infierno.

Caminos - Claudia Sánchez


Iba recogiendo el polvo del camino con el ruedo del abrigo. Eso le dijo. Pero ella sabía que iba dejando huella para que lo siguiera, para que lo encontrara -por casualidad- en el claro del bosque.
Iba recogiendo moras para preparar el licor. Eso le dijo. Pero él sabía que iba siguiendo su rastro. Podía sentir su olor a hembra en celo, atraída por el almizcle de su entrepierna.
Cuando estuvieron muy cerca el uno de la otra, en el claro del bosque, ella se llevó el abrigo para lavar y él las moras para el licor.
Mañana… quizás mañana se animarán a más...

Entropía gauchesca en dos tiempos – Héctor Ranea


Ordenador, lo que se dice ordenador, fue Jeremías Arrobo, un payador tiempo completo a quien el Intendente, para darle un conchabo más o menos civilizado, lo puso a ordenar los galpones del Palacio.
Los dejó maravillados a todos porque, sin dejar de tocar ni una noche en lo del Rengo Argañaráz, ordenó todo: cuarteles, galpones, fiambreras, cocheras, depósitos, cajones, vestidores, salones de esquila, pabellones de cocina, chacaritas, mansardas, graneros, silos, bajo mesadas y debajo de cada escalera. Eso sí: desarmó todo. Cada cosa que ordenó fue desarmada en sus partes elementales y cada una de esas partes elementales fue puesta en un cajón numerado diferente ordenado alfabéticamente. Resultó difícil encontrar las máquinas viales, autos, sembradoras, cosechadoras, hasta los expendedores de agua y los autos del Intendente.
Bastante enojado, éste le encomendó ordenar la biblioteca del pueblo. Todo el pueblo está ahora en la puerta del edificio para protegerla.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Fantasía oscura 2 - Cristian Mitelman



Cena de camaradería de la promoción 92 organizada por el señor Anselmo Leto. A la hora y media, los huéspedes empiezan a sentir molestias en las piernas. No mucho después, agonizan.
Comprenden que Leto es un demente. Alguien alcanza a preguntarle por qué lo hizo.
–Por miedo –explica–. Siempre pensé que uno de nosotros iba a ser el primero en morir: la idea me resultaba atroz. Asesinar a uno hubiera sido lo más lógico, pero dado que todos me parecían igualmente odiosos, ¿por qué castigar más a éste o aquél? Por lo menos ahora sé que mi destino no era morir primero.

Cuento sin acciones - Pablo Matteuci



Huella de oso hacia el oeste. Huella de cazador hacia el este. Huella de oso hacia el oeste. Huella de cazador hacia el este. Oso hacia el oeste. Cazador hacia el este. Oso tras un arbusto. Cazador hacia el este. Oso en alerta. Abeja sobre el cazador. Distracción del cazador. Ataque del oso y obtención de su alimento: el cazador.

Insomnio recurrente - Javier López


Como cada noche, recurría a la tradicional cuenta de ovejas para tratar de conciliar el sueño.
Parecía funcionar, y cuando llevaba contados un buen número de animales que saltaban la valla para entrar al redil, el sueño comenzaba a apoderarse de él.
Entonces surgía la imagen de siempre: una oveja negra se negaba a saltar y se salía del grupo. De ninguna manera lograba reconducirla.
Esta escena le hacía recordar que él era el miembro menos deseable y respetado de su familia. Y esa era, precisamente, la causa de sus desvelos.
La cuenta volvía a comenzar, en otra noche más de insoportable insomnio.

lunes, 21 de febrero de 2011

Su cuenta... - Laura Serrano


El sexo por internet no tiene consecuencias. No hay embarazos… pero tampoco contacto. Es más fácil pescar un virus que tener un orgasmo. Es fácil para el hombre, es visual, pero la mujer queda insatisfecha… lo malo es que lo aprendiste a la mala… y ahora, debes mucho dinero…
Pobre y sin placer…


Tomado de: http://lannfuladelarcngelyomerengues.blogspot.com/

La letra E – Ruy Feben


Ilán Loew conoce de memoria la cábala y el gueto de Praga, en el que vive desde siempre. Sabe el alfabeto de sus ancestros: que la verdad hebrea, EMET, da vida al gólem que volverá a ser arcilla al borrar la E y dejarlo todo en MET, la muerte. Encerrado, forma el pequeño figurín que se convertirá un gigante a sus órdenes. Sigue el rito: le escribe en el paladar la E, una M, otra E. Un golpe tumba la puerta cuando traza la primera línea de la T: el bip entrecortado de una legión de robots que lo toman por la fuerza y entran por su boca hasta el paladar y lo rascan hasta borrarle a Ilán por completo la E, con la que se va su último suspiro de vida para siempre.

Tomado de: http://elclaxon.arts-history.mx/

Mandado a ser - Samanta Ortega

El control remoto (mando a distancia) no responde. Sabe que necesita pilas nuevas, pero prefiere zarandearlo y darle pequeños golpecitos. Ha resultado, piensa.
Al día siguiente en la oficina, se encuentra desmotivado y con pocas energías para trabajar, hasta que llega su jefa y le inyecta una dosis de adrenalina. Le dice que se busque la forma de estar a gusto con lo que hace, que de lo contrario tendrá que prescindir de sus servicios en estos momentos de crisis. Ha resultado, piensa.

sábado, 19 de febrero de 2011

Dr. Limortachitua, taxidermista especializado – Héctor Ranea


El Dr. Obdulio Limortachitua operaba en su oficina, aunque eso estaba prohibido. Las circunstancias, hay que decirlo, no aconsejaban otra cosa, sobre todo teniendo en cuenta que no existía manera de procesarlo. El taxidermista tenía sus contactos.
Le traían cadáveres de todos lados; los había clasificado en: frescos, semifrescos, secos y antiguos. Los frescos daban más trabajo porque los jugos ensuciaban el piso pero para eso Clodomira, su fiel enfermera, le había conseguido papel de polietileno cristal grueso color verde, como exigía la profesión. La taxidermia de secos y antiguos era, en cambio, un paseo para un experto como él.
Tenía un expediente intachable, sólo tuvo problemas una vez; cosa de nada, apenas un raspón con un hueso díscolo.
Eso sí, tenía que recordar colgarles un crucifijo de plata a todos los zombis, si no, los compradores se quejaban. Bueno, los que sobrevivían a su despertar.

Recurso extremo – Sergio Gaut vel Hartman


—El trabajo está tan flojo que no sabía qué hacer. Por eso recurro a usted.
—Pues ha dado con la persona indicada, mi amigo. Explíqueme con exactitud qué necesita.
—Desde hace tres meses el trabajo viene en picada; ya cayó un setenta por ciento. Los nuevos prebióticos, medicina cuántica, terapias basadas en sustancias extraterrestres… ¿se da cuenta? Ya no se muere nadie.
—Perfectamente. Y como me hago cargo de su angustia le haré un precio especial, un paquete.
—¿Cuánto?
—Cinco mil por cada diez.
El enterrador sacó cuentas y llegó a la conclusión de que lo que le ofrecía el sicario era razonable. Extendió la mano y dijo: —Trato hecho. Empecemos con dos paquetes de diez.

Caso cerrado – Héctor Ranea


—Señor Rocquert, soy el detective Jol, ella la oficial Verna. Venimos a arrestarlo. Ha usted asesinado a su amante, Madame Febrel.
—¡Pero ni siquiera tengo amante, no conozco a la tal Lady Febrel! ¿Cómo pueden decir eso?
—Tenemos el arma homicida. Tiene sus huellas y faltan las balas. Las pruebas balísticas son concluyentes.
—¡Insisto en que no conozco a nadie así! ¡No la conozco!
—La conocerá, señor; la conocerá. Tengo que informarle que venimos del futuro y usted fue el homicida. No nos caben dudas.
—Es más —terció Verna— como usted se suicidó…
Jol la miró como para asesinarla. Rocquert perdió el equilibrio.
—¿C… Cómo? —alcanzó a decir.
Jol se resignó y dijo:
—En efecto. Usted se mató, por eso hemos venido a buscarlo mientras está vivo. Necesitamos un culpable. Acompáñenos; tendrá un juicio justo.

Comida Sagrada para los Días Santos - Daniel Frini


—¡Vieja!
—¿Qué?
—¡Se quema la comida!
—¡Estoy en el baño! ¡Revolvé vos el puchero!
Él se acercó a la cocina, tomó una cuchara de madera y la metió en la olla. Apenas la movió; entre papas, zanahorias, trozos de tomate, arvejas y ciboulettes; apareció un pequeño antebrazo y una manito izquierda, que parecía saludarlo. Luego asomó un piecito, un muslo, medio tórax, marcado con una sierra para mejor trozarlo una vez cocinado y un ojito. Los bebés humanos son riquísimos preparados según la receta de la antigua tradición.

Sobre el autor: Daniel Frini

Ilustración: Tomado de Pablo Bassani Fioravanti

La magia del fuego - Luisa Hurtado González


El intenso calor la acosaba. Las llamas empezaban a lamer su cuerpo. Y más allá, entre el humo, aún podía ver las miradas llenas de miedo de aquellos que la habían declarado culpable de brujería, a los que atemorizaban su pelo rojo, su rebeldía y su descaro.
Eligió a una mujer que como todas era pálida, vulgar y transparente, ésa que movía los labios como si rezase y hacía resbalar sus dedos nerviosos por un rosario desgastado.
La bruja logró que las yemas de sus dedos rozasen los amuletos que aún escondía entre la ropa, comenzó a susurrar extrañas palabras y, para cuando concluyó el conjuro, la mujer de pelo rojo era una más entre las personas del pueblo, tan vulgar y transparente como ellas aunque sus labios permaneciesen sellados y no rezasen. Tuvo que admitir entonces que, gracias a la belleza hipnotizadora del fuego y a los gritos desgarradores de la desgraciada por la que se había cambiado, el espectáculo no defraudó a nadie.


Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

jueves, 17 de febrero de 2011

Reflejo - Jorge Sánchez Quintero


Se cuenta que a la medianoche del invierno, cuando las noches son más largas que los días, si alguien se para frente a un espejo es posible que vea, no su rostro reflejado, sino el verdadero aspecto de su alma.
No es extraño encontrar que en esta temporada, en muchas casas los espejos se mantengan cubiertos.

Fe de erratas – Javier López


Una vez encontré una hojita entremetida en un libro que tengo en casa, titulado "Los tabúes en la sociedad occidental". Era un anexo con la fe de erratas, que nunca había visto antes, pese a que el volumen llevaba tiempo en mi biblioteca y lo había leído en más de una ocasión y ojeado en varias más.
Siempre me sorprendieron algunos errores que parecían inadmisibles, tratándose de una obra de un autor reconocido y de una editorial de prestigio: palabras que ocupaban lugares que no les correspondía, errores de sintaxis e incluso párrafos incompletos.
Al leer la fe de erratas, me sorprendió su contenido: "Si hay algo imperfecto en este libro, lector, está en el prejuicio de tu mirada".
Volví a leerlo de nuevo y, misteriosamente, los errores habían desaparecido. De la hojita que contenía la fe de erratas, no volví a saber nunca más.

Silencio - Luisa Hurtado González


¿La respuesta de mi marido? Ninguna.
Durante semanas le pedí que hablásemos, que me dijese qué problema había, que no olvidase que le quería; pero su silencio acabó por crisparme los nervios. Admito que comencé a elevar el tono de voz, a gritarle incluso, mientras impotente veía como él seguía sin abrir la boca.
Hoy al fin despegó los labios, salió de ellos como un gemido y esperé hasta que vi la sangre extendiéndose por su camisa. ¿Cómo podía yo imaginar que un día se me escaparía un disparo? Idiota, si hubiese hablado..., toda la culpa es suya.



Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

martes, 15 de febrero de 2011

Caperuza demorada - Liliana Savoia


Apresuró el paso. La tarde daba sus últimos resplandores Conocía a la perfección los bosques de Ezeiza y sabía que en breve llegaría a destino. Pero no había tenido en cuenta los piquetes de la General Paz que le impedían el paso. No le importó, Luciendo su capa roja, dejó la canasta a un costado adhiriéndose a ellos de inmediato. Es que estaban reclamando chapas y tirantes. A la abuelita, que era pensionada, en última tormenta se le había destrozado la casa. El lobo se portó como un verdadero compañero. Cebó mate para todos.

Velorio - Alejandro Jomar


Ivanovo no tuvo la culpa de nada. Lo que había vivido lo atormentaba constantemente e incluso la depresión lo carcomía. Llegó el día en que nada lo satisfacía y frente al espejo de su dormitorio el reflejo del rostro se distorsionaba. A las 2:00 am tocaron fuertemente la puerta principal diciendo prepotentemente: " Sal y recoge el cadáver que dejaste anoche". Pausado abrió la puerta y se dio la sorpresa que el cuerpo echado era él quien estaba rodeado por hormigas con velas y tomando café.

domingo, 13 de febrero de 2011

Supervivencia - David Moreno


Cierro los ojos e imagino que tengo en mis manos fajos de billetes de todos los colores. Se me caen, incluso, de ellas. Me pongo nervioso. Y decido ir a buscar un banco donde mi dinero esté seguro. Sólo entonces, consigo relajarme. Pero mi mente empieza a pensar en qué invertir. ¿Pedir un préstamo para una vivienda? ¿Comprar un coche? ¿Realizar un viaje?
Abro los ojos y veo mis manos vacías. Me rodea el mismo desierto de hace un rato y el sol nubla el horizonte. Mis labios secos tan sólo piden ahora un poco de agua.


Tomado de No Comments

viernes, 11 de febrero de 2011

Devoto - Javier López


Nos habíamos conocido en unas cortas vacaciones. Era muy hermosa. Y católica, practicante. Un poco beata, para mi parecer de hombre no creyente.
Cuando nos despedimos me pidió “recuérdame en tus oraciones”.
Y así lo hice. Desde ese momento la convertí en sujeto, objeto directo y complemento circunstancial de mis poemas eróticos.

Sobre el autor: Javier López

Imagen: Populus Flucta, de Vanlubeck en deviantArt

Fin de fiesta - Luisa Hurtado González


Recuerda a papá que baje la tapa cuando se vayan todos, me dijo mamá en un susurro.
Después, rodeado de palabras de condolencia, de algunas lágrimas, de silencios prolongados y recuerdos compartidos, me olvidé.
Al día siguiente no había nadie dentro del féretro. La abuela había vuelto a escaparse.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

Imagen: Fargesia Victualia, de Vanlubeck en deviantArt

La isla de los recuerdos perdidos - Jorge Sánchez Quintero


En medio del mar del olvido se encuentra la isla de los recuerdos perdidos. Donde arriban los recuerdos que han naufragado.
Muchos permanecen ahí pues saben que es mejor que sus dueños no vuelvan a saber de ellos.
Otros, se introducen en botellas y se arrojan a mar abierto con la esperanza de que la marea y las corrientes, los lleven de vuelta a sus propietarios.

Imagen: Protea Madida, de Vanlubeck en deviantArt

miércoles, 9 de febrero de 2011

El doble – Sergio Gaut vel Hartman


Descubrí mi parecido físico con el Dictador Supremo de la Tierra cuando, apenas arribado al tercer planeta, encendí el aparato de tridi y lo vi y oí dando su discurso diario. Estaba al tanto de que cada uno de nosotros tiene un doble en este mundo, pero jamás hubiera imaginado que el mío era un ser tan ruin y despreciable y que al mismo tiempo detentaba semejante poder. Así que reflexioné durante una semana y llegué a la conclusión de que no había otra salida que asesinarlo y ocupar su lugar.

Sergio Gaut vel Hartman


lunes, 7 de febrero de 2011

Destino - Daniel Sánchez Bonet


No lo había pensado, pero el asesino, de improviso y en un acto de generosidad que no solía tener con sus víctimas, se acercó a la joven y le dijo en un tono desafiante:
-¡Piedra, papel o tijeras! ¡Tú, eliges!
Ella tragó saliva antes de contestar porque sus cuentas, desgraciadamente, eran demasiado lógicas para no cumplirse: si cojo piedra, me matará a pedradas, si elijo tijeras, lo hará a puñaladas. Pero, y si elijo papel…
Tres días después de dejarla marchar, una carta llegó a su buzón.
Envenenada.

Tomado del blog Microrrelatos a peso
Ganador del concurso microrrelatos Radio Castellón cadena SER segunda semana noviembre 2010

El Enigma de la Esfinge - Jesús Ademir Morales Rojas


Convencido de la inutilidad de existir me aventuro en La Máquina del Tiempo. Arribo al año deseado. Pronto estoy frente a esa casa tan conocida por mí. Es madrugada. Penetro por una ventana. El ruido de mi intrusión, aunque leve, es perceptible. Alguien en las sombras me interroga. Adivino ese rostro prácticamente idéntico al mío. Le golpeo el cráneo con mi arma. Cae. Se desangra. Tengo unos minutos. Son suficientes. Me desnudo. Entro en la alcoba. Latidos del corazón. ¡Por fin!. Una joven en la cama, en la oscuridad. Dice mi nombre. El mismo. Sí, soy yo. Todo está bien. Abrázame. Y así, sabiendo que es mi postrer deseo cumplido, me entrego a la ardorosa pasión que siempre soñé, fundido cuerpo a cuerpo con mi adorada madre.

Desigual batalla - Luisa Hurtado González


Como todas las mañanas, el niño descubrió que su castillo de arena había sido destruido por las olas.
Tras apretar los puños, tragarse las lágrimas y morderse los labios, dirigió una mirada de odio al agua que ya le lamía sus pies y juró defender como fuera la que iba a ser su obra definitiva.
Esa noche nadie le sintió salir del apartamento donde pasaba las vacaciones junto a su familia, nadie fue testigo de la desigual batalla de un niño armado con una espada de juguete luchando contra el mar, nadie lo vio.
Lo cierto es que nadie volvería a verlo, nunca.


Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

Envidia - Fernando Sánchez Clelo

para Ana María Shua

La bella y sagaz bruja envenenó la manzana en su caldero y, disfrazada de anciana, engañó a su víctima para que mordiera la fruta deletérea. Inmediatamente voló al castillo sobre su escoba y frente al espejo preguntó exaltada.
—¡Espejo mágico, dime, ¿quién es el ser más inteligente de este mundo?!
—Isaac Newton —respondió reverberante ante el desconcierto de ella.
Newton no había muerto, el veneno sólo lo había enfermado de gravedad.

(Del libro No es nada vivir, BUAP 2005)

Ascensión - José Manuel Ortiz Soto


El hechicero acaba de morir. Los jóvenes varones de la tribu reclaman para sí la vacante. Según milenaria tradición, el elegido será aquel que devuelva al viejo y carcomido rostro del difunto la juventud perdida.
Tras cada intento fallido, uno a uno los aspirantes son sacrificados. Ungido con la sangre derramada en la hecatombe, un nuevo y apuesto hechicero resucita.

sábado, 5 de febrero de 2011

Lista de espera – Betina Goransky & Sergio Gaut vel Hartman


Era un psicoanalista muy famoso, tanto que su prestigio lo precedía y cientos de obsesivos, depresivos y maníacos en general morían por hacer terapia con él. Pero eso no era motivo suficiente para que él ni loco diera de alta a algún paciente. Los mismos veinte ocupaban todos los turnos desde hacía varios lustros. Por eso no debe sorprenderte, oh, ingenuo lector, que la legión de perturbados sin esperanza que merodeaba a toda hora por los alrededores del consultorio, ansiosos por constatar alguna baja, y ser por fin admitidos, terminaran urdiendo planes descabellados para eliminar a sus competidores de diván de modo que parecieran accidentes.

Línea de razonamiento – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


El Papa sintió un roce maligno en el pie y no tuvo más remedio que sacarse el zapato. ¡Una papa! ¡Y qué irritado estaba el talón! Si se hubiera casado no tendría este problema. ¿Y si se eliminaba el celibato para resolverlo? ¡Absurdo! El Papa pensó intensamente en el tema y se imaginó cómo sería el matrimonio con una papa. No tardó en descartar las conclusiones derivadas de esa línea y encaminó sus reflexiones hacia la posibilidad de juntar todas las medias de santas y santos que dormían su sueño eterno en la sala de reliquias. ¿Qué podría suceder? Superponiendo todas las papas… ¡Eureka! En la pelota se iba a formar un agujero negro, sin lugar a dudas, y por ese agujero se introducirían los misioneros con su nave, todos convenientemente reducidos, preparados a conciencia para catequizar a las criaturas de los más recónditos planetas de todas las galaxias.

Potencial - Jorge X. Antares & Sergio Gaut vel Hartman


Todas las mañanas encontraba una nota cerca de mi cama, sobre la mesita de noche. Las notas hablaban de algo que se acercaba a mi hogar. En principio pensé en una broma de mi mujer, pero ella no tenía idea de qué se trataba. Un poco asustado, coloqué una webcam escondida en mi dormitorio, imaginando que podría sorprender al autor de los mensajes. Pero fue inútil. En un momento la superficie de la mesita estaba vacía y al siguiente la nota aparecía mágicamente. Lo peor de todo es que las notas indicaban la inminencia del hecho, lo que llevó nuestra angustia a un nivel intolerable. En un punto, no empecé a desear que la amenaza se concretara de una vez. Era más tolerable la idea de morir aplastado o baleado o degollado que el peso de aquella intimidación perpetua. Y por fin, un martes, la amenaza se concretó. 

Ficciofóbico – Alejandro Bentivoglio & Sergio Gaut vel Hartman


—En el cine —confesé— me escondo bajo las butacas y nunca veo la película. Voy para no parecer un tipo anormal, pero la ficción me produce un pánico imposible de describir.
—No se preocupe —respondió el más viejo de los tipos que me entrevistaron cuando me presenté para aspirar al puesto que ofrecían—, a nosotros sólo nos interesa que cumpla con el horario.
—Es un trabajo tranquilo —agregó el más joven.
—Es algo concreto, real, ¿verdad?
—¡Por supuesto! —aseguró el más viejo.
—Lo que ocurre es que el anuncio es un poco ambiguo. Ya les dije que la ficción me altera.
—Es tangible como este libro —dijo el más joven sonriendo al empujar hacia mí un volumen llamado Microficciones estúpidas.
—¿Y en qué consiste el trabajo?
—Será uno de los personajes de una novela —dijo el más viejo de los tipos.
—Pero absolutamente realista —agregó el más joven.

Hojas en blanco – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Lo descubrió la mujer, el almanaque de la tintorería no tenía años ni meses marcados. Era aparentemente una falla. Se disponía a tirarlo a la basura cuando vio que el 28 de marzo se materializaba delante de sus ojos. ¿Qué pasa con ese día? ¿Algún cumpleaños o aniversario? No recordaba nada.
—¿Qué pasa el 28 de marzo, viejo?
El hombre reflexionó. —No sé, nada.
La mujer empezó a vigilar el almanaque. Pasó febrero y al iniciarse marzo la hoja de abril se iluminó en el casillero del 9.
—Ahora marca un día en marzo y otro en abril —dijo la mujer.
El hombre se encogió de hombros. —No sé nada.
Llegó el 27 y la mujer, que adelgazaba a ojos vista, no hacía otra cosa que mirar el almanaque. Murió a las seis de la mañana y nunca se enteró de que el marido falleció el 9 de abril.

Ciberótico – Oriana Pickmann & Sergio Gaut vel Hartman


Decidí, sin inspiración alguna, ponerme a escribir. Mis dedos se deslizaron sin ningún tipo de ritmo por el teclado, pero siempre suavemente. Y aunque tenía las manos frías, mi computadora empezó a gemir, haciéndome notar que disfrutaba. Aparentemente, yo estaba presionando las teclas correctas, ya que no tardé en advertir que ciertas palabras, que no eran las que estaba escribiendo, se hilvanaban formando una secuencia coherente.
—Soy tu puta, tu sucia esclava; destrózame, párteme al medio.
Sin embargo, este fantástico curso de los hechos, provocado por la erotización de mi equipo, no fue nada comparado con lo que ocurrió cuando mi esposa entró a mi estudio sin golpear y leyó lo que aparecía escrito en el monitor.
Hace tres meses que estoy separado; mi mujer nunca creyó mi versión de los hechos. Para colmo de males, mi computadora conoció a un ordenador de la OEA y acaba de abandonarme.

No comieron perdices – Alejandro Bentivoglio & Sergio Gaut vel Hartman


No pasa un día sin que se me caiga alguna parte del cuerpo. Un dedo, un brazo. La gente me ayuda al principio, pero después comienzan a decirme que soy un descuidado.
—¡Oiga! —grita un guardia urbano haciendo flamear mi pie derecho—. No deje sus partes tiradas en cualquier lado. ¿No se da cuenta que los niños se impresionan cuando ven personas mutiladas?
No puedo decirle que se equivoca, que no son mutilaciones, pero no lo hago porque ayer perdí la lengua y casi todos los dientes. Sigo mi marcha y mi cabeza rueda a un lado. No sin dificultad, la pateo con fuerza y rompo la vidriera de una florería. La vendedora sale a la calle, furiosa, pero al verme se enamora de lo que queda de mí, nos vamos a vivir juntos y somos felices hasta que muere de disrupción molecular maligna, una semana más tarde. 

La insoportable levedad - Alejandro Bentivoglio & Sergio Gaut vel Hartman


—Me discriminan —dijo Ana.
—¿Te discriminan otras mujeres o los hombres?
—Todos; piensan que si me invitan a cenar tienen derecho a disfrutar de mi cuerpo, que es muy bonito por cierto; muchos me dejaron porque después de una semana no acepte ir a la cama.
—¿Y por qué no aceptás y listo?
—Es por culpa del insoportable de Enrique. Cada vez que piensa que estoy con otro, me manda decapitar y termino vagando como una tarada en pena por la casa con la cabeza en la mano. Un verdadero espanto, te juro.

Abajo los preceptos - Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Estaba segura de que el hermoso príncipe de Camilendia no tenía otro objetivo en la vida que hacerme esposa de su hija Lavandia. Como siempre, las hembras dragón tenemos que aparecer para apagar el fuego, pero presentía que mi destino estaba en encender alguno, y si no era el del Ducado de Camilendia, podría ser el del bosque de Camilendia, aunque luego me echasen los zopilotencidos para tratar de destruirme. Sabía cómo enfrentarlos. No me habían criado para supervisar calderos.
Así fue como me decidí y volé hasta la cima del monte Gilipondia desde donde me lancé en picado sobre el bosque. ¡Qué bello espectáculo! Los guardianes del bosque, en lugar de arrojarse sobre mí, huyeron despavoridos, y la masa vegetal se convirtió en una tea. Luego, satisfecha de mi transgresión, fui en busca de un macho dragón para copular y reírme de los mandatos y las costumbres ancestrales.

Escrito en un cuaderno - Guillermo Rossini & Sergio Gaut vel Hartman


La tapa del cuaderno estaba descolorida. El hombre lo abrió con cuidado y empezó a escribir. Desde la otra mesa, yo lo observaba con atención y sorpresa: a medida que la mano se movía, su figura iba desvaneciéndose. Primero, alrededor de la cabeza se formó una especie de halo grisáceo y luego todo el cuerpo adquirió una tonalidad cenicienta a la vez que el bar se hacía más nítido y real. Llegado un punto, el hombre, por entonces apenas una transparencia, miró hacia donde yo estaba y me guiñó el ojo.
—¿Qué se siente? —dijo.
—¿Me habla a mí?
—Sí, a usted, aunque podría tutearte.
—¿Nos conocemos?
—Yo te conozco. Te acabo de dar vida. Sos el personaje de esta microficción.
Tragué con dificultad. Eso sólo podía significar una cosa. Y no me gustó en absoluto.

No todos los invasores son iguales – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Todos los que comieron esa carne, murieron, comandante.
—¿Venenosa o envenenada?
—Lo ignoramos, comandante. Los biólogos están trabajando con los forenses para determinar qué ocurrió. Si quiere mi opinión, están como si hubieran bebido líquido momificador.
Cada vez que llegamos a un planeta habitado se producen situaciones similares. ¿Es que nunca vamos a aprender de nuestros errores?
—En este caso, comandante, ¡ejem! N-no sólo habitado; si me permite, también levemente civilizado…
—¿Cómo se atreve a decir eso? ¡Queda bajo arresto! Esas… criaturas no son civilizadas… ¿Qué clase de civilización infiere usted de seres que contaminan su propio planeta, se matan entre sí para detentar poder con excusas banales y otras aberraciones por el estilo.

Ruedas - Liliana Mabel Savoia & Sergio Gaut vel Hartman


—Miré a esos cuatro seres, y observé que junto a ellos, en el suelo, había varias ruedas, una dentro de la otra. Las ruedas tenían el color del topacio y cuando se movían iban de costado, sin volverse. Los aros eran altos y espantosos, y estaban llenos de ojos a su alrededor. Y cuando los seres vivientes caminaban, las ruedas andaban junto a ellos; y cuando los seres vivientes se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban.
—Muchachos, lo hizo otra vez.
—Se movían en la dirección que el espíritu les ordenaba que anduviesen, y las ruedas también se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas, lo juro.
—¿Qué tomó?
—Vaya a saber. Alguna mezcla de yuyos y cereales destilados. Yavhé le dijo que no bebiera esos mejunjes, pero él no; es muy testarudo.
—Llamaré al jefe para que lo castigue.

El organismo aterrador – Javier López & Sergio Gaut vel Hartman


Ayer comenzaron los ruidos, de madrugada. Mi casa siempre había sido un lugar tranquilo, donde para dormir en paz solo se necesita estar cansado. Apartada y silenciosa, nunca me molestó el tráfico o los vecinos. Pero la de anoche fue una noche que no voy olvidar. Cuando comenzaba a capturar el sueño, de las paredes comenzaron a surgir ruidos aterradores, y aunque soy un hombre escéptico, me puse a pensar si mi casa no estaría embrujada. ¿Y si lo está? ¿Qué puedo hacer para remediar eso? Prendí la luz, busqué la guía telefónica y llamé a un brujo de turno.
—Emergencias sobrenaturales. ¿En qué puedo ayudarle?
—De las paredes —balbuceé— comenzaron a surgir ruidos aterradores.
—¿Cómo de seres espantosos que se proponen comerle el seso?
—Algo así. ¿Sabe usted que puede ser eso?
—Que olvidó apagar el televisor. Están pasando La noche de los muertos vivos de George Romero.

Nano – Alejandro Bentivoglio & Sergio Gaut vel Hartman


Si me corto, no sale sangre, sino un montón de tipos pequeños, que se caen al suelo y que a duras penas pueden ponerse de pie. Invariablemente, antes de que se diseminen por la sala, los aplasto apoyando la suela del zapato izquierdo (no sé por qué jamás uso el derecho) sobre la masa semoviente y me quedo contemplando cómo los cuerpos agonizantes supuran humores blancos, vítreos, glaucos, ambarinos. Luego, resentido, intoxicado por la envidia, me dejo caer en el sillón que perteneció a mi abuela y tiendo la mano hacia el cuchillo para repetir la operación, atravesado por una ridícula esperanza.

No puede ser – Javier López & Sergio Gaut vel Hartman


Gabriel Santos hizo girar el lápiz entre sus dedos y observó a su interlocutor soñadoramente. 
—¿Se da cuenta Bohemundo?
—¿Si me doy cuenta de qué?
—Algunas cosas pueden ser y otras no.
—¡Chocolate por la noticia! Pero ¿de qué cosas habla?
—De cosas como esta.
—¿Esta? ¿Esta microficción?
—Exacto. Es imposible porque yo no la he pensado. Y heme aquí hablando con usted, el personaje. ¿Se da cuenta?
—¿No será que la está escribiendo ahora, justo en este momento?
—Imposible. Ayer morí y hoy me enterraron.
Bohemundo contempló a Santos con expresión aterrada. —Entonces sí que estamos fritos —dijo.

Urgente ataque de Andrómeda – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


El Samonta, Juglarísimo de Andrómeda, se enemistó con el payador Minotauro, que le había robado un poncho en un asado comunitario de la feria del Libro Galáctico. Toda la nebulosa se retobó y preparó una invasión de órdago para recuperarlo. Cayeron de los cielos como plaga de langosta, directo, porque los de Andrómeda ni naves necesitan y estaban como agua para mate cordobés, recalientes. Invadieron primero los planetas limítrofes y se comieron todo el papel que había, por lo que la cultura humana no digitalizada desapareció de repente. Fue un malón de antología.
—¿Se da cuenta de lo que hizo, irresponsable? —El Sumo Editor increpó al Samonta—. Afectaron a todo el Planeta.
—No nos importa el Planeta —replicó Samonta—, ni el Alfa Guara, ni el Taurus, ni los cojones de Norma; ahora todo será de Andrómeda hasta el fin de los tiempos.
Y así fue.

jueves, 3 de febrero de 2011

Un pésimo despertar - Sergio Gaut vel Hartman


Cuando Ernest Hemingway despertó una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró sobre la cama convertido en un monstruoso dinosaurio. La noche anterior, borracho como una cuba de batista, no sólo no había podido vender los zapatos de bebé con poco uso que heredara de Franz Kafka, sino que, además, los pescadores de pez espada le habían hecho pagar las copas. Y allí no terminaban las desventuras del recio escritor: Augusto Monterroso lo estaba apuntando con una pistola nueve milímetros, decidido a dirimir, de una vez por todas, la primacía en aquel asunto de la microficción más breve etcétera.

Sergio Gaut vel Hartman

El sueño — Claudio Leonel Siadore Gut


El abogado arreglaba la grifería, había goteado durante siglos, la grifería. Un aguacero sobre el tren por el que íbamos rodeados de expedientes. Estabas en algún lado, pero eras otra, y él no había notado tu presencia.
—El sueño expande el tiempo —renegó con la furia de una cascada.
—Si sos vago el último instante de tu vida se expansiona en un sueño, no vas, por lo citado, al Cielo. Resolución.
Sonreí porque lo descifré, pero él miró por el ojo de buey del camarote. Mar, blanco y negro, viejo.
—El agua es tiempo, se me agúa la sopor —vapor.
Sabía que el sueño culminaba y sazoné la angustia con sudor. Creo que abrí los ojos entonces. Era de noche y te habías ido, o no viniste. La grifería goteaba, y nada volvió a tener sentido.