sábado, 19 de febrero de 2011

Dr. Limortachitua, taxidermista especializado – Héctor Ranea


El Dr. Obdulio Limortachitua operaba en su oficina, aunque eso estaba prohibido. Las circunstancias, hay que decirlo, no aconsejaban otra cosa, sobre todo teniendo en cuenta que no existía manera de procesarlo. El taxidermista tenía sus contactos.
Le traían cadáveres de todos lados; los había clasificado en: frescos, semifrescos, secos y antiguos. Los frescos daban más trabajo porque los jugos ensuciaban el piso pero para eso Clodomira, su fiel enfermera, le había conseguido papel de polietileno cristal grueso color verde, como exigía la profesión. La taxidermia de secos y antiguos era, en cambio, un paseo para un experto como él.
Tenía un expediente intachable, sólo tuvo problemas una vez; cosa de nada, apenas un raspón con un hueso díscolo.
Eso sí, tenía que recordar colgarles un crucifijo de plata a todos los zombis, si no, los compradores se quejaban. Bueno, los que sobrevivían a su despertar.

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