La tapa del cuaderno estaba descolorida. El hombre lo abrió con cuidado y empezó a escribir. Desde la otra mesa, yo lo observaba con atención y sorpresa: a medida que la mano se movía, su figura iba desvaneciéndose. Primero, alrededor de la cabeza se formó una especie de halo grisáceo y luego todo el cuerpo adquirió una tonalidad cenicienta a la vez que el bar se hacía más nítido y real. Llegado un punto, el hombre, por entonces apenas una transparencia, miró hacia donde yo estaba y me guiñó el ojo.
—¿Qué se siente? —dijo.
—¿Me habla a mí?
—Sí, a usted, aunque podría tutearte.
—¿Nos conocemos?
—Yo te conozco. Te acabo de dar vida. Sos el personaje de esta microficción.
Tragué con dificultad. Eso sólo podía significar una cosa. Y no me gustó en absoluto.
2 comentarios:
y si: dominado por las leyes de la literatura en vez de por las de la física...
Una vuelta de tuerca más en el apasionante mundo de las minimetaficciones autor-personaje. Muy buena!
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