—Señor Rocquert, soy el detective Jol, ella la oficial Verna. Venimos a arrestarlo. Ha usted asesinado a su amante, Madame Febrel.
—¡Pero ni siquiera tengo amante, no conozco a la tal Lady Febrel! ¿Cómo pueden decir eso?
—Tenemos el arma homicida. Tiene sus huellas y faltan las balas. Las pruebas balísticas son concluyentes.
—¡Insisto en que no conozco a nadie así! ¡No la conozco!
—La conocerá, señor; la conocerá. Tengo que informarle que venimos del futuro y usted fue el homicida. No nos caben dudas.
—Es más —terció Verna— como usted se suicidó…
Jol la miró como para asesinarla. Rocquert perdió el equilibrio.
—¿C… Cómo? —alcanzó a decir.
Jol se resignó y dijo:
—En efecto. Usted se mató, por eso hemos venido a buscarlo mientras está vivo. Necesitamos un culpable. Acompáñenos; tendrá un juicio justo.
2 comentarios:
Así me gusta, Don Ogui, que pedazo enorme de cuento, me encantó...
Yo por eso ando siempre con una pastilla de cianuro, por si las moscas...
No tiene escape, El Titán, no tiene escape. Una vez que localizaron su actitud... estará sonáu como arpa vieja...
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