Lo había hecho unas quinientas cincuenta o quinientas sesenta veces pero ya no lo disfrutaba. Él era la sensación, nadie recibía más aplausos. Al principio era puro placer, pura emoción; la adrenalina escurría por todo el cuerpo. Ahora sólo era rutina estar parado ahí esperando el estruendo; luego el impacto.
Ésta sería la última vez, estaba decidido. Se colocó en su marca. La gente estaba de pie; nadie quería perderse ese momento. Tres, dos, uno… El disparo del cañón impacto directamente en su abdomen, él permaneció inmóvil.
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