Mis talones de madera reverberan en las paredes macizas. El eco de mis pasos que llegan pasa junto al eco de mis pasos que se fueron. Mirando fijamente al atrio, cuya luz de intenso índigo señala fragmentos de estatuas doradas y subraya a Dios (o lo que es lo mismo, le pone suelo), busco un asiento apartado y siento la culpa de haber hecho ruido al arrastrarse el pesado ébano.
El chofer hace ademanes y la noche le devuelve muecas y bocinazos mudos. Llegaré a Cerrito y Corrientes a las once, espero estar sobrio para cuando ella se aparezca. Para estar a la altura de las circunstancias. Espero estar muerto, cuando ella se esfume, y el chofer apague el pucho entre sus piernas de humo.
Tomado de http://bastardillas.blogspot.com
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