martes, 17 de julio de 2012

Del cuervo vienés – Héctor Ranea


Revolvió su gin con pomelo con la pluma piloto de su gran amigo, el cuervo de la Iglesia de Juan de Nepomuk. Era el último adiós al pobre, que había dejado sus pulmones tratando de volar siguiendo una bandada de grajos que llevaron embelesada a su compañera. Al girar, la pluma lanzó unos alcaloides con los que traficaba el ave, y con eso recordó cuando se fue a volar desde lo alto de la gran rueda de Viena. Recuerda que ella tampoco lo logró esa vez. ¿Para qué beber ese alcaloide de cuervo, entonces? ¿Para recordar el dolor o para evitarlo para siempre? Miró la pluma y se dijo: never more. Y saltó. La copa lo recibió temblando; en la pluma se dibujó una tristeza repentina pero con la última onda se recompuso para esperar al próximo suicida.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

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