No desaparecí. No fui ultimado en algún enfrentamiento. No recibí amenazas, no estuve en listas negras, no fui al exilio. No nací en un centro clandestino ni terminé en brazos extraños.
Aun así, no acabo de encontrarme.
Soy argentino. Tenía dieciocho cuando la oscuridad se apropió de mis sueños, cuando el grito de gol inundó el estadio ahogando el desgarro que se descomponía entre las catacumbas. Ahí estaba yo, con mi bandera.
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1 comentario:
La mejor síntesis sobre el asunto. Generalizable a las mass media de la periferia.
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