miércoles, 4 de abril de 2012

Genio y figura hasta la sepultura - Juan Carlos Vecchi


Se sufría el sol del mediodía y el verano tenía olor a pollo olvidado en el horno.
La sombra, obesa y beoda, se desprendió del hombre y caminó tambaleante, siempre hacia adelante, indiferente al asombro de los atónitos transeúntes; a medida que se alejaba del ancho y transpirado cuerpo, perdía oscuridad…
—¡Dale, che! ¡Apurate que tengo mucha sed! —gritó el hombre, pero la sombra mantuvo su paso lento, lento y zigzagueante— ¡Y decile al Betsabé que la anote, eh! Mañanita tengo una changa y pago todo…
El hombre persiguió con la mirada a su sombra hasta que ésta atravesó la familiar puerta de la cantina; fue entonces cuando ancló su pesado cuerpo al oportuno banco de la plaza.
Desparramado quedó el hombre, experimentado catador de la piedad humana; esperando el regreso de su sombra con la bendita e irremediable copa de vino.

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