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Si la virgen María se le aparece a una comecuras de la ostia, una tardecita de otoño, en una cueva de los Almogardeves y le dice: “Te voy a revelar tres profecías apocalípticas”, uno piensa, vaya con la vieja, y santo asunto, que se arregle el papa de Roma. Pero si la mentada se le apersona al campeón mundial de ajedrez, un ruso más ateo que Buñuel, justo cuando se disputa la partida decisiva del match por el título, y la muy pícara espeta: —El caballo a ce cinco, que si no el indio te liquida con una combinación que empieza con dama a efe siete y sigue con torre efe seis, ¿entendés? —y después desaparece con un plop de chicle globo… ¿Qué hace el tipo, juega el caballo o no lo juega? Y lo peor de todo, ¿qué hace si resulta una buena jugada y gana el match?
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