El último hombre sobre la tierra se relamía de gusto al comprobar su irrefutable soledad, pues eran bien conocidas sus manías de solitario, aunque no quedara nadie para dar testimonio.
—Solo. Al fin solo. Sin vecinos fisgones ni amigos inoportunos. Sin mujeres bullangueras e histéricas, ni muchachos revoltosos e indóciles. Sin horarios que castran la esperanza, ni costumbres domesticadoras, ni frenos, ni tabúes, ni luces u oscuridad. Ni metáforas, alquimistas, abogados o jueces. Ahora soy el amo y el verdugo; tengo la cuerda pero también el árbol que dará frutos. Todo el planeta me pertenece por derecho propio.
Mío, absolutamente mío en toda su vastedad.
En eso tocó a la puerta el Recaudador de Impuestos.
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