—¡Fue ese señor, papá! —gritó el pequeño demonio mientras señalaba con su dedo —, ¡él me obligó a abandonar el cuerpo de mi huésped!
El aterrorizado sacerdote se quedó paralizado frente al terrible leviatán de más de tres metros de alto, ojos rojos, serpientes por cabellos, piel erizada de pústulas, manos como garras, piernas de caprino y fétido, en su olor a azufre.
—¿Así que usted le tiró agua bendita a mi hijo? —inquirió en latín el horroroso padre, mientras se acercaba al exorcista blandiendo su espada llameante.
Sobre el autor: Daniel Frini
5 comentarios:
Grande, Daniel. Menudo modo de desplazar el punto de vista habitual.
Un saludo.
Si era un Leviatán semejante, el cura supongo que contaría con una alberca de agua bendita, ¿no? Aunque pareciera que no... ¡Qué gaffe!
Muy bueno, Daniel...
Para eso está un padre, para defender a su hijo, por encima de todo.
Ogui, creo que el cura cogió la manguera del jardín y bendijo el agua a posteriori, que las urgencias son antes que las formalidades.
Muy bueno, Daniel.
Gracias Javi, Ogui y Victor.
Es muy bueno este microrrelato, muy muy bueno.
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