Caminó hacia el estudio y sacó del cajón principal del escritorio el diario de su marido, que yacía recién muerto en la cama de ambos.
Fue lo primero que se le vino a la cabeza apenas tuvo certeza de su deceso. Así que extrajo la llave de la cartera del hombre y se dirigió al estudio, donde todas las noches él permanecía encerrado escribiendo hasta tarde, después que regresaba de la calle.
La mujer, sin rituales ni reflexiones, abrió el diario y leyó detenidamente las últimas treinta páginas, con la voluntad de un volcán acezante.
Cuando terminó, dejó abierta durante varios minutos la página final; luego cerró por completo el diario y dio un suspiro profundo.
Sólo entonces pudo respirar tranquila.
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