Retiró lenta y cuidadosamente las delgadas agujas de acero que el médico, especialista en acupuntura, había puesto en su cabeza para quitar las jaquecas que lo agobiaban.
Sin embargo, las punzadas continuaron. Extrañado, revisó uno a uno sus cabellos y volvió a retirar suavemente algunas agujas que posiblemente no vio en la anterior ocasión.
El hombre comenzó a enloquecer. Diminutas y plateadas, las agujas brotaban entre sus cabellos como si fueran hongos, cubriendo lenta pero inexorablemente toda su cabeza.
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