EL SILENCIO DE LA LIBERTAD
Roberto Ortiz
El ejército mudo avanzó bajo los cúmulos y estratos que chocaban entre sí produciendo desasosiego. La luz de la tarde, verde y brillante, veteaba los elegantes sobretodos de los hombres que una vez más habían surgido de la nada. Todos llevaban paraguas y tenían en el rostro el rictus de quien lo ha perdido todo. Algunos miraban de reojo la imponente ventisca, la mayoría contenía la tensión con el puño en alto como si reclamara algo. Sólo un hombre cayó fulminado.
Al caer la noche los paraguas se elevaron y sobre el pasto los trajes arrancaban sus botones y desgarraban sus costuras en jirones de tela fina. El cielo límpido inauguraba así el fin de la representación.
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