Santyago Moro
La sopa que servía Dani Da Vito en su restaurante no tenía un sabor especial, sino una extraña virtud muy apreciada: quien la tomaba recordaba su infancia.
En la primera cucharada, uno volvía a escuchar a su anciana abuela contándole cuentos antes de dormir; a la siguiente, se veía feliz junto a sus padres paseando por el campo… Y así, hasta terminar el cuenco: emocionado, con los ojos llenos de lágrimas y una dulce e inigualable sensación de felicidad.
Le ofrecieron cuantiosas sumas de dinero por la receta, le suplicaron, le amenazaron, le extorsionaron… Llegaron a secuestrar y torturar al pobre Dani, que, incapaz de soportarlo, confesó antes de morir:
—El ingrediente secreto no era más que el rumor que difundí hace tiempo de que mi sopa era capaz de hacer recordar la infancia…
En la primera cucharada, uno volvía a escuchar a su anciana abuela contándole cuentos antes de dormir; a la siguiente, se veía feliz junto a sus padres paseando por el campo… Y así, hasta terminar el cuenco: emocionado, con los ojos llenos de lágrimas y una dulce e inigualable sensación de felicidad.
Le ofrecieron cuantiosas sumas de dinero por la receta, le suplicaron, le amenazaron, le extorsionaron… Llegaron a secuestrar y torturar al pobre Dani, que, incapaz de soportarlo, confesó antes de morir:
—El ingrediente secreto no era más que el rumor que difundí hace tiempo de que mi sopa era capaz de hacer recordar la infancia…
1 comentario:
Me parece bueno. Sí, y recordé al crítico gastronómico Ego.
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