Jorge Luis Borges terminó recibiendo, de parte de la impiadosa Caissa, un merecido castigo por aquel poema que hablaba de torres homéricas y reyes tenues, postreros. Por eso, en los clubes lúgubres y mohosos de las barriadas periféricas, cuando los aficionados juegan interminables partidas, es común ver una pieza fantasmal, que no es caballo ni alfil, y tal vez sí minotauro, tambaleándose ciega y sin lógica entre las laberínticas casillas.
4 comentarios:
Qué belleza de cuento, Sergio. Qué hermosura.
Muito bem urdido! Ótimo!
Un microrrelato que resignifica los hermosos poemas de Borges sobre el ajedrez, un texto muy bello, muy logrado. Me encantó esa pieza ciega, que no es ni caballo ni alfil. Te sigo leyendo, M.
impecable, cierra a la perfección, una verdadera obra borgeana...clap, clap...
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