Borges y Kafka caminaban por una calle cualquiera, tal vez en Ginebra, Praga o Buenos Aires; a los efectos de esta historia es irrelevante. De pronto, de un edificio en ruinas, sale un monstruoso insecto acorazado.
—¡Gregor! —exclama Kafka.
—¿Es Gregor Samsa? —pregunta Borges.
—En efecto, pero está muy desmejorado.
—Amarillo. Sospeché desde un principio que estaba enfermo de ictericia o por lo menos de una enfermedad hepática.
—Nada de eso. Está cubierto por la arena que cae de uno de sus libros.
—No sea ingenuo, querido Franz. Si mis libros sangraran arena alguien se ocuparía de comercializarla como si fuera oro en polvo.
7 comentarios:
Original esta conversación de los dos pesos pesados de la literatura. Y la afirmación final de Borges, muy adecuada en los tiempos que corren. Me gustó, Sergio.
¡Me encantó! Casi puedo verlos, pateando arenas y cucarachas.
Saludos!
¡Muy buenas las líneas de diálogo! Me gusta ese principio, aclarando la irrelevancia de la ciudad donde trascure el paseo y la charla. Un microrrelato que condensa la literatura con mayúsculas.
"Sangrar arena", es un gran logro: nunca mejor combinación para definir qué emanaría y cómo de un libro de Borges. Y sospecho que esa arena valdría mucho más que el oro. ¡Bravo!
María
Genial, Sergio. Qué cuento maravilloso.
Muy bueno Sergio!
Y al margen de si la arena es o no infinita, pues vaya negocio podrían montarse algunos. Me ha gustado el relato.
Saludos.
Sergio no deja de sorprendernos. Muy bueno.
Publicar un comentario