CEGUERA
Adelaida Saucedo
Cuando se cruzó con él, le llegó el olor de su colonia y ese olor personal que ningún perfumista podría ni soñar con imitar. Supo que era él. La había ignorado, como si su ceguera la impidiese reconocerle. Dio la vuelta y le siguió.
Cuando le preguntase su nombre, mentiría. Incluso utilizaría una voz distinta, tratando de engañarla de nuevo. Lo negaría todo.
Metió la mano en el bolso y sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura del cuchillo.
Puede que las dos veces anteriores se hubiese equivocado, pero esta vez estaba segura.
2 comentarios:
´Me pareció tenebroso y muy bueno tu cuento.
Muy bueno, Adelaida. Y angustiante, a la vez...
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