EL GRAN ROBO DEL TREN
José Luis Zárate
Los hombres de Pinkerton anotaron, secos y precisos, todas las declaraciones.
Los bandoleros a caballo. Los pañuelos ocultando la cara. Las pistolas apuntando a los sorprendidos pasajeros.
Pronto se iba a hablar de esto en todas partes, en cada cantina y pueblo del viejo Oeste.
No podía permitirse que triunfaran. No cuando era tan necesario el ferrocarril para unir un país dividido por las grandes distancias. El "caballo de hierro" era vital para mil facciones luchando por el poder.
Los hombres de Pinkerton tendrían que rastrear a los ladrones, perseguirlos, acorralarlos, hundirlos. Debían matarlos aunque, a su pesar, también los admiraran.
Joyas, carteras, el correo, las mercancías, los pasajeros: todo eso dejaron los bandidos.
Peso extra.
Los hombres de Pikerton miraron a su alrededor: maletas, gente, los rieles vacíos. La gigantesca máquina desaparecida.
José Luis Zárate
Los hombres de Pinkerton anotaron, secos y precisos, todas las declaraciones.
Los bandoleros a caballo. Los pañuelos ocultando la cara. Las pistolas apuntando a los sorprendidos pasajeros.
Pronto se iba a hablar de esto en todas partes, en cada cantina y pueblo del viejo Oeste.
No podía permitirse que triunfaran. No cuando era tan necesario el ferrocarril para unir un país dividido por las grandes distancias. El "caballo de hierro" era vital para mil facciones luchando por el poder.
Los hombres de Pinkerton tendrían que rastrear a los ladrones, perseguirlos, acorralarlos, hundirlos. Debían matarlos aunque, a su pesar, también los admiraran.
Joyas, carteras, el correo, las mercancías, los pasajeros: todo eso dejaron los bandidos.
Peso extra.
Los hombres de Pikerton miraron a su alrededor: maletas, gente, los rieles vacíos. La gigantesca máquina desaparecida.
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