José Vicente Ortuño
El escritor sudaba, pero no sólo por el calor estival, sino también por la presión a la que le sometía su editor. El energúmeno le había amenazado con darle una patada en el culo y buscarse a otro pardillo que escribiera las necrológicas. Pero tenía la mente en blanco. Incluso cuando cerraba los ojos, esperando que Leocadia —su Musa— le inspirase, sólo veía oscuridad.
Se asomó a la ventana, en busca de algo que le sirviese de disparador, pero la calle estaba desierta y no le hubiese extrañado ver deambular zombis o los consabidos matojos rodantes de las películas.
Se sentó frente al ordenador. Tenía un nuevo mensaje de correo electrónico que decía:
“Te escribo para comunicarte que me he marchado de vacaciones, volveré en septiembre. Pásatelo bien. Besos. Leocadia”.
—Todo el mundo tiene vacaciones menos yo —exclamó el escritor y sollozó desesperado.
El escritor sudaba, pero no sólo por el calor estival, sino también por la presión a la que le sometía su editor. El energúmeno le había amenazado con darle una patada en el culo y buscarse a otro pardillo que escribiera las necrológicas. Pero tenía la mente en blanco. Incluso cuando cerraba los ojos, esperando que Leocadia —su Musa— le inspirase, sólo veía oscuridad.
Se asomó a la ventana, en busca de algo que le sirviese de disparador, pero la calle estaba desierta y no le hubiese extrañado ver deambular zombis o los consabidos matojos rodantes de las películas.
Se sentó frente al ordenador. Tenía un nuevo mensaje de correo electrónico que decía:
“Te escribo para comunicarte que me he marchado de vacaciones, volveré en septiembre. Pásatelo bien. Besos. Leocadia”.
—Todo el mundo tiene vacaciones menos yo —exclamó el escritor y sollozó desesperado.
1 comentario:
Muy bueno, muy bueno.
Publicar un comentario