LONGINOS
José Luis Zárate
—La Lanza de Longinos —dijo el Papa
El hombre miró el objeto. No se parecía a ninguna de las mil que había visto en los documentos, en los altares, en oscuros rincones a todo lo largo del mundo.
La palpó con reverencia, con miedo. Un objeto tocado por Dios, cuyo fin era único y preciso: herir a lo divino.
—Derrítela —le ordenaron.
Un celular sonó en la cámara. El Papa atendió. El Segundo Hijo se acercaba.
Al otro día entró en Roma la larga comitiva, un millón de peregrinos, mil cámaras sobre la automóvil descapotable enfocando al nuevo Cristo que venía a ocupar su trono, a cambiar el rumbo completo de la Iglesia.
Y la lanza, derretida, moldeada, cargada, entra en el fusil que se prepara.
1 comentario:
¡Muy bueno, che!
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