Susurré en la oreja de la gata: Dido, lo voy a dejar. La gata cerró los ojos. Él nos miró desde la silla.
—Quiero mucho a esa gata —dijo.
—Ella también te quiere —traduje—, aunque no de la misma manera.
—Sí —dijo—, me quiere cómo quiere un gato.
Dos horas más tarde me lamió toda, agudizamos la siesta y Él se marchó.
—Quiero mucho a esa gata —dijo.
—Ella también te quiere —traduje—, aunque no de la misma manera.
—Sí —dijo—, me quiere cómo quiere un gato.
Dos horas más tarde me lamió toda, agudizamos la siesta y Él se marchó.
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