Por fin llegó el día, en medio del futuro. No hubo ninguna batalla, porque la última guerra terminó el día anterior y no había empezado otra nueva. Hacia el mediodía, incluso el pobre más miserable tuvo un puñado de arroz que llevarse a la boca. Y por la noche, no hubo mendigos calentándose a la lumbre del bidón oxidado. Los sensores globales indicaban niveles de tranquilidad y felicidad desconocidos hasta entonces. La gárgola alienígena sonrió; había llegado el momento. Tocó los controles de su nave y la invasión comenzó. Los radares detectaron cientos de naves de extrañas formas dirigiéndose a la Tierra. En la sala de reuniones, el presidente, los senadores y los asesores militares, aburridos, miraban ascender el humo azulado de los puros.
El teléfono sonó.
Se miraron unos a otros perplejos, incrédulos. Sin embargo, poco a poco, la sonrisa fue dibujándose en sus caras.
El teléfono sonó.
Se miraron unos a otros perplejos, incrédulos. Sin embargo, poco a poco, la sonrisa fue dibujándose en sus caras.
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