CRÓNICA DE INDIAS
Cristian Mitelman
El mar estaba ahí, como hacía miles de años. Era el mar de su abuelo y de su padre; ahora también a él le pertenecía.
Ya le conocía sus variadas tonalidades: esmeralda por la mañana; rojizo por la tarde, cuando parecía la inmensa boca de un jaguar.
Y ese día el jaguar espumoso había dejado en las orillas una insólita presa: un hombre, un hombre de tez blanca y con una desconocida capilosidad en el rostro, como si hubiera sido engendrado en el corazón de las algas.
Fue corriendo a la aldea a referir lo que había visto y luego sus compañeros se congregaron en torno del cadáver con un sentimiento que oscilaba entre el asombro y el temor.
“Es el aviso de los dioses”, dijo el más viejo.
Todos quedaron en silencio, frente a las olas de rumor continuo.
Ya le conocía sus variadas tonalidades: esmeralda por la mañana; rojizo por la tarde, cuando parecía la inmensa boca de un jaguar.
Y ese día el jaguar espumoso había dejado en las orillas una insólita presa: un hombre, un hombre de tez blanca y con una desconocida capilosidad en el rostro, como si hubiera sido engendrado en el corazón de las algas.
Fue corriendo a la aldea a referir lo que había visto y luego sus compañeros se congregaron en torno del cadáver con un sentimiento que oscilaba entre el asombro y el temor.
“Es el aviso de los dioses”, dijo el más viejo.
Todos quedaron en silencio, frente a las olas de rumor continuo.
1 comentario:
Inquietante... y una vez que una hace la relación con el título, esa sensación dolorosa solo se acrecienta y confirma. Muy bueno, Cristian.
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