Se metió la mano en el pecho y presionó el botón, tuvo que tironear para desenredar los dedos de los cables, un par de ellos salieron cortados fuera y quedaron colgando como lenguas cansadas desde el hueco. Quería llorar una lágrima de aceite, derramarla por el futuro, pero él no podía llorar. ¿Cuánto daría por poder hacerlo? ¿La vida? Pero no tenía vida, era una máquina; tal vez ese que acababa de crear pudiese.
—Acabo de recordar que fuiste vos quién me hizo esto —dijo el autómata mientras los circuitos se derretían, y vio como su creación también sufría.
—Podés ser inteligente, podés llorar lágrimas de aceite, podés matar..., pero no pudiste darte cuenta de que morirás conmigo.
—Podés ser inteligente, podés llorar lágrimas de aceite, podés matar..., pero no pudiste darte cuenta de que morirás conmigo.
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