Después de haber investigado en toda la casa, revuelto todos los cajones, comenzó a ordenar todas sus fotos y descubrió, no sin asombro, que poseía las fotos de cumpleaños –de todos ellos– desde 1918 hasta la fecha, de una persona a quien no conocía.
Su obsesión, los últimos días de su vida, fue encontrar a esa persona para dárselas pues, por cierto, le pertenecían y evidentemente por algún extraño vericueto de los caminos habían ido a parar a su casa.
Fue desgastante la búsqueda, para su salud y la de los demás. De hecho, era inútil decirle que esa persona era él, que esas fotos, por ende, eran las suyas.
4 comentarios:
Triste, Ranea. Espero que no acabemos así y siempre sigamos reconociéndonos en nuestras fotos, aunque sea por un lunar en la punta de la nariz...
Muy buen cuento.
Pobrecito señor Alzheimer...
Saludos lelos!!!
Quién, quién? No me acuerdo... qué naríz? un cuento? me perdí de algo?
Gracias, ambos!
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