Papá Oso gritó muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche!
Mamá Osa gruñó un poco menos fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla!
El Osito pequeño dijo llorando: -¡Alguien está durmiendo en mi cama!
Cuando Ricitos de Oro despertó, los tres osos todavía estaban allí. No sobrevivió al ataque. Un mechón de sus cabellos rubios, manchado de sangre, decora el centro de mesa en el acogedor comedor de la hermosa casita de los Oso.
1 comentario:
Hace poco vino a mi cabeza este cuento y quise hacer una nueva versión de él. La tuya me ha gustado tanto que he decidido no hacerlo. ¡Formidable!
Publicar un comentario