Le hablaba a las paredes, a las ventanas y a los carros, pero no a ella. Fascinado con el gorgoteo de los cables y el susurro de la ciudad no escuché el silencio que nos fue arropando. Un día no estaba y la comprendo. Pero no puedo ir a buscarla. No, porque el sonido del mundo sigue fascinándome. Tengo algo que nadie tiene: la voz de cada cosa, es mía, y esa posesión es solitaria. No tengo más amigo que mi colchón (que también la añora) y con quien lloro cada noche.
Tomado de: http://zarate.blogspot.com/
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