Cada viernes, durante 15 años, se había acercado hasta la lancha que repartía el correo, para comprobar si llegaba una misiva que nunca llegó.
Su vida se fue consumiendo, su hijo murió y su esposa enfermó. Hastiada de la situación, un día ella le preguntó:
—Y ahora dime: ¿qué comeremos mañana?
—Mierda —respondió el coronel.
Ese fue el retrato de la decadencia de uno de sus personajes más recordados que nos dejó García Márquez.
Lo que omitió el premio Nobel es que el contestador del viejo coronel estaba atiborrado de mensajes que confirmaban que se le había concedido la pensión por haber servido bajo las órdenes de Aureliano Buendía durante su juventud.
Murió sin saberlo, por culpa de la legendaria torpeza de los ciudadanos de Macondo con la tecnología.
Sobre el autor: Javier López
Imagen: Blue, de Bluedance en deviantArt
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