BUCÓLICA LÍRICA
Jacinto Deleble Garea
Los campos se estaban volviendo eriales y los tres años de sequía habían forzado a muchos de los vecinos a mudarse a la capital, pero excepto el loco del pueblo todos rieron a gusto cuando el pastor de nubes ofreció sus servicios. Sólo cuando, respondiendo al silbido de su dueño, ladró desde las alturas el trueno, enmudecieron santiguándose.
Inmediatamente se confeccionó en la alcaldía la lista de propietarios que deseaban que se descargaran las nubes en sus tierras.
Bien temprano, a la mañana siguiente, descendieron las nubes de sus pastos celestes y comenzó el ordeño.
—Si sólo es la niebla... ¡Sólo es la niebla! —gritaba el loco y corría de huerto en huerto, de una alberca a otra—. ¡No ordeñáis, locos, sólo es el rocío que cae!
Pero como nadie le escuchaba se volvió a encerrar en su estudio y siguió componiendo sonetos.
Inmediatamente se confeccionó en la alcaldía la lista de propietarios que deseaban que se descargaran las nubes en sus tierras.
Bien temprano, a la mañana siguiente, descendieron las nubes de sus pastos celestes y comenzó el ordeño.
—Si sólo es la niebla... ¡Sólo es la niebla! —gritaba el loco y corría de huerto en huerto, de una alberca a otra—. ¡No ordeñáis, locos, sólo es el rocío que cae!
Pero como nadie le escuchaba se volvió a encerrar en su estudio y siguió componiendo sonetos.
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