EL BONDI
Héctor Ranea
El niño esperaba una vez más el bondi en el que viaja esa amiga hecha de días de verse a través de la ventanilla: ella viajando, él esperando. Esta vez tomaría el colectivo aunque se perdiera el día de clase. Había esperado demasiadas lluvias, demasiadas mañanas oscuras de invierno para decidirse. Ahora, finalmente, subiría.
Vio al bondi a través de la niebla y así terminó su espera. Parecía más decorado esta vez, con los fileteados de hojas de falso acanto lustrosos y los números de su suerte bordeados de dorado. Cuando entró, ella estaba ahí sonriéndole como todos los días, pero esta vez cara a cara. El tiempo se detuvo para el pibe.
Para los padres y la policía la explicación de los vecinos no era coherente: hablaban disparates sobre un colectivo fantasma que pasa por el camino los días de niebla.
Vio al bondi a través de la niebla y así terminó su espera. Parecía más decorado esta vez, con los fileteados de hojas de falso acanto lustrosos y los números de su suerte bordeados de dorado. Cuando entró, ella estaba ahí sonriéndole como todos los días, pero esta vez cara a cara. El tiempo se detuvo para el pibe.
Para los padres y la policía la explicación de los vecinos no era coherente: hablaban disparates sobre un colectivo fantasma que pasa por el camino los días de niebla.
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