EL RETIRO DEL MAESTRO 1
José Vicente Ortuño
El maestro Rasputila estaba de mal humor. Su vida en la Cartuja de los Hermanos Penitentes de la Perpetua Angustia Silenciosa no era tan tranquila como había pensado cuando se recluyó allí para escribir. Dar clases en la Escuela de Literatura Conjetural Hartmanovich para Escritores Noveles había sido duro, pero el monasterio no había resultado el sitio tranquilo que buscaba. Los monjes se levantaban al amanecer para orar, como hacían cada dos horas durante toda la noche. Entre rezo y rezo se flagelaban en sus celdas. Era cierto que su angustia era silenciosa, aunque los zurriagazos que se arreaban eran bastante sonoros. Además, no sincronizaban los golpes de manera que formaban un estruendo insoportable.
Abandonó el monasterio dando un portazo, para disgusto de los monjes, que arreciaron su penitencia para purgar ese sentimiento, y marchó en busca de un lugar verdaderamente tranquilo.
Abandonó el monasterio dando un portazo, para disgusto de los monjes, que arreciaron su penitencia para purgar ese sentimiento, y marchó en busca de un lugar verdaderamente tranquilo.
4 comentarios:
¿Y si lo piensa bien y vuelve al taller? Al menos allí, los azotes son por escrito y no suenan.
Eso le pasa por no hacer caso de ese refrán que dice: "más vale malo conocido que bueno por conocer", o, en otras palabras, "más vale tallerista díscolo que monje masoquista"...
Los azotes se los daban los propios monjes a si mismos. Estaría bonito ver a los talleristas azotarse al unísono, jajaja.
Mea culpa, mea culpa, mea...
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