CAMPAMENTO
Liliana Savoia
Acampar había resultado desalentador. El paraje era un desierto, no precisamente de arenas, sino de un desolador cemento. Improvisamos como pudimos un reparo en ese lugar abandonado de Dios y del mundo. Solo las espesas y grises nubes nos acompañaban. Por suerte era evidente, por los restos que encontramos, que algún otro u otros viajeros habían pasado por lo mismo. Utilizamos todo lo encontrado: caños, rayos de bicicletas, baldes, tarros, chatarra. Con ello nos resguardamos de la luna que nos molestaba con su curiosidad. Margarita llevaba consigo, como siempre, nuestras sábanas blancas de hilo, aunque ello no hizo más confortable nuestro descanso, interrumpido por esos estruendos que destrozaron nuestros oídos. Manchas rojas lucen hoy en cada una de las improvisadas camas, Quizás en uno de estos días algún turista desorientado las halle y se pregunte que fue de sus dueños.
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