martes, 30 de junio de 2009

El cerrajero - Héctor Ranea


En Cambio, el cerrajero apenas podía mantenerse con el trabajo que solicitaban del valle del Elsa. Su fama era archiconocida pues la fundición de bronce que hacía para las llaves, las convertían en joyas que abrían las puertas más deseadas. Los amantes las pedían para las ventanas de sus amadas y las amantes para el corazón de algún caballero. Una noche de tormenta, un viajero solicitó un par de llaves capaces de abrir todas las puertas. Reconoció a Calvino, arzobispo de Numancia, quien años atrás viniera con un pedido similar. Éste trae una lata de molienda de una hoja verde que bien conocía Arnolfo, con eso pagaría el servicio. De un estante sacó una pareja de llaves gigantes. Al dárselas, el recienvenido le comentó entre dientes: -Volvió a hacerlo. Pedro escondió sus llaves entre los pliegues de la túnica de bronce que le hiciste.

1 comentario:

Ogui dijo...

Este cuento se inspiró en otro de Olga A de Linares de hace un tiempo. Gracias Olga!