lunes, 14 de septiembre de 2009

Bajo las aguas - Javier López


Para construir aquella enorme presa tuvieron que inundar lo que había sido un pueblecito próspero, no demasiado poblado pero con todo lo que tiene que tener un pueblo: un horno de pan, un molino de aceite, la taberna, la iglesia y la tienda donde se vendía cualquier cosa.
El estado los indemnizó por la pérdida de sus bienes sumergidos. Pero el sentimiento que los unía a su pueblo iba más allá de lo económico: vivir allí lo era todo para sus habitantes.
Con el tiempo, los vecinos compraron escafandras y bombonas de oxígeno para volver a sus casas. Incluso el cura aprendió a dar la misa bajo el agua y el molinero a prensar el aceite. Cuentan que lo más difícil fue mantener encendido el horno de leña.

4 comentarios:

Oriana P. S. dijo...

Un muy buen relato en el que se mezcla la frialdad del hombre moderno y ambicioso con la fantasía de todo un pueblo lleno de cariño hacia lo suyo.

Me gustó mucho, Javier.

Rebeca Gonzalo dijo...

El progreso a menudo nos cobra un precio demasiado alto. Supongo que soy una romántica incurable, que piensa que cualquier tiempo pasado sí fue mejor. Un abrazo.

Nanim Rekacz dijo...

Me encantó...

Javier López dijo...

Gracias, me encanta que os encante :)
Besos a todas!!!