Éramos dos personajes que habían olvidado los parlamentos de una obra insulsa.
—Diga algo, Don Rogelio —urgí—. La gente se impacienta. —Pero el sanjuanino siguió callado como si lo hubieran sorprendido con las manos en la masa, robando manzanas de la frutería. Así que no tuve más remedio que desempolvar el único poema que sabía. Di un paso hacia delante y recité—: “Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto...” —Rogelio pegó un salto.
—¿Justo ése? —me reprochó. Tenía razón: no había sido una elección afortunada. Fue suficiente que recordáramos nuestra condición para que sucediera lo inevitable: nos desvanecimos en el aire. Los espectadores, aliviados, aprovecharon para ganar la salida, y cuando estuvieron seguros de que ya no los veíamos también se esfumaron.
2 comentarios:
jaja!
fue una mezcla de shakespeare y descartes... (?)
al menos eso pense al leer...
Saludos!
Me rcuerda ésa crítica que leía :"Y lo peor de la obra ,consistía en que las butacas miraban hacia el escenario."
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